No se si conoces alguna persona que va siempre por la vida de víctima. Yo si. Hay personas que, no se sabe por qué, siempre les pasa algo malo o negativo y parece que no es por su culpa, sino que son víctimas. Son personas que van lamentándose con todo el mundo y siempre que tienen ocasión cuentan estas penas a todo el que les escucha. Es cierto que puede ocurrir en algún período del tiempo una situación de infortunios seguidos, pero que esto sea algo permanente mosquea un poco.

La verdad es que mi corta experiencia me dice que estas personas no son siempre las víctimas, y que los males que padecen los exageran la mayoría de las veces o son consecuencia de su negligencia. El evangelio de hoy nos habla de que Dios nos ha dado la vida para que la administremos y lo hagamos bien. Para ello, nos da todo lo que necesitamos para vivir. No se refiere a dar directamente dinero, propiedades, comida… como si cayeran del cielo. Se refiere a que Dios provee de talentos (dones), habilidades, “potencial”, para que las personas, sus hijos, podamos vivir, o sea, salir adelante. La parábola de hoy describe como es esta dinámica de la vida y resalta la necesidad de que nosotros colaboremos en el plan de Dios. Repito: somos administradores de nuestra vida porque es de Dios. Nuestro papel es el de ser buenos “siervos” (administradores) y cojamos lo que nos da y lo empleemos bien, lo trabajemos personalmente y comunitariamente, hasta sacarle el máximo rendimiento posible.

Los talentos que tenemos cada uno hay que descubrirlos primero. Después desarrollarlos para que cada día nos sirvan mejor y nos ayuden. Luego ponerlos al servicio de Dios y de los demás, y aprovechar sus frutos para el bien común; para nosotros y para compartir con otros. Esto implica esforzarse, sacrificarse y levantarse una y otro vez, superando las dificultades. Si Dios nos los ha dado, hay que buscar su voluntad porque sabe como son, como desarrollarlos y como emplear estos talentos. Por ello, hay que trabajarse una relación de amistad con el Señor que a través de la oración, nos ayuda a madurar en el discipulado, en la fe, para poder dar los pasos mencionados.

Si somos unos caras, unos vagos, unos cobardes o unos mediocres, corremos el peligro de refugiarnos en el victimismo para justificar que no hemos hecho nada con nuestros talentos, como el «empleado negligente y holgazán» de la parábola. Somos miembros del «pueblo que el Señor se escogió como heredad» que ha escogido lo necio y lo débil del mundo para salvarnos y mostrar su gloria. Seamos conscientes humildemente de ello y alegrémonos porque Él pone nuestra vida en nuestras manos y las herramientas para hacerlo bien, para triunfar de verdad.

Lo que vale cuesta y hay que trabajárselo y cuando lo hacemos recibimos la recompensa de los frutos de nuestros talentos y estos al ponerlos a trabajar se multiplican continuamente hasta la plenitud. ¿Todavía no te has dado cuenta? ¿A que esperas? No pierdas el tiempo y no huyas de tu tarea.