Comentario Pastoral

NUEVA CATEQUESIS SOBRE LA ORACIÓN

Siempre es tema importante el de la oración, que está presente durante toda la existencia de Cristo, sobre todo en los instantes más decisivos de su misión. Hoy se nos pone de relieve una de las características básicas, como es la perseverancia, que no es otra cosa que la fidelidad en la adhesión orante a Dios.

Moisés es un clásico modelo de la constancia en la plegaria. En el camino de Israel hacia la tierra libre de la promesa se encuentra con mil dificultades de todo tipo, incluso militares. En la cercanía del Señor está la fuerza para verse libre de toda hostilidad y potencia humana. En el centro de la escena sobresale la figura de Moisés, que ora con perseverancia y llena de sentido la acción de sus guerreros.

La cualidad fundamental de la viuda del Evangelio es su irresistible constancia, que no conoce la oscuridad del silencio del juez, la amargura de su indiferencia y la constante dureza de su hostilidad. La oración es una aventura misteriosa con matices de lucha, pues es una agonía y un combate con lo infinito.

Otra dimensión de la oración, propiamente teológica, que se deriva de la parábola lucana es la certeza de la escucha. La consecuencia es lógica: si un juez corrupto e injusto cede ante la constancia de una viuda, cuánto más lo hará el Juez justo y perfecto que es Dios. La confianza en la paternidad de Dios es la raíz de la oración, su estilo y atmósfera.

Perseverar en la oración sin desanimarse probará la firmeza de nuestra voluntad y lo inquebrantable de nuestra fe en Dios, que siempre hace justicia.

La oración es un puente de comunicación entre lo finito y lo infinito, une a la humanidad con Dios. La oración no es la intuición sentimental de un instante ni un estadio transitorio de exaltación. Necesita perseverancia y empeño. Es una lucha con el misterio, una aventura.

La oración produce justicia. Quien tiene contacto con Dios vuelve al mundo con más luz de lo alto, transfigurado, porque su amor es más fuerte, su coraje más sólido, su esperanza más viva.

La oración produce también paz en el corazón, porque se dirige no a un juez, sino a un padre misericordioso. Por eso conforta, consuela, serena, renueva al hombre.

La oración debe ser alimentada por la Biblia. Por medio de los salmos, Dios ha puesto en nuestros labios lo que él quiere escuchar de nosotros.

Andrés Pardo

 

 

Palabra de Dios:

Éxodo 17, 8-13 Sal 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8
Timoteo 3, 14-4,2 san Lucas 18, 1-8

de la Palabra a la Vida

Es fácil pensar que se nos ha hecho justicia cuando en cualquier materia hemos acabado obteniendo lo esperado. Así sucede en la victoria de Moisés, en la primera lectura, o en la demanda de la viuda del evangelio. Hasta el juez injusto es capaz de hacer justicia: ¿cómo no va a hacerla Dios?

Hemos entrado en la parte del evangelio de Lucas referida a la instrucción escatológica, es decir, se nos habla ahora sobre lo que sucederá al final de los tiempos, cuando todo esto termine y vuelva el Hijo del hombre. Así podemos entender esa pregunta final que se hace Jesús sobre la fe en los últimos días. La perseverancia de la mujer viuda es motivo de reflexión y de esperanza para los que escuchan la parábola: si su pertinacia consigue ser atendida por un juez tan irresponsable, no hay duda de que el discípulo, con su oración continuada, conseguirá mucho más de su Padre del cielo.

La primera lectura nos muestra un ejemplo gráfico inmenso de lo que significa perseverar en la oración: Aarón y Jur sostienen, brazos en alto, la oración de Moisés por su pueblo. En él vemos dibujado al «guardián de Israel» del que habla el salmo, que «no duerme ni reposa» para dar a su pueblo la victoria, la justicia.

Pero la Iglesia no tiene dudas… no, no es Moisés, sino el Señor, el verdadero guardián de Israel. No es Moisés, sino Cristo, el que ha levantado los brazos en lo alto de un monte, puesto en la cruz, y desde allí ha intercedido para obtener la victoria para su pueblo, para concederle una injusta justicia, para darle una felicidad que Dios no puede rechazar darle. Cristo se ha convertido en el misterio pascual, en la batalla definitiva, con los brazos en alto, en aquel que asegura que su pueblo venza «al acusador, que acusaba a los suyos día y noche» (Cf. Ap 12,10). Y no contento con esa victoria, ha entrado en el santuario del cielo para hacer justicia a los suyos, para convertirse en el juez que, brazos en alto, asegura ante el Padre, la justicia para aquellos que, perseverantes en la oración, quieren obtener la salvación de Dios, quieren recibir el premio a su perseverancia.

Los días del Hijo del hombre han comenzado con el misterio pascual, y se completarán cuando el Señor vuelva, pero mientras tanto, sabemos que tenemos un sumo sacerdote que ha entrado en el santuario del cielo para obtener justicia para nosotros. Nosotros somos, en el fondo, como esa pobre viuda, que no tenía nada con lo que defenderse, argumentos con los que apelar, más que su insistencia.

Bien entiende la Iglesia que lo que anunciaba Moisés, se ha cumplido en la Pascua de Cristo, donde hemos ganado un abogado que nos defiende en el cielo, donde el Padre quiere ponerse siempre de nuestro lado. Tan bien lo entiende, que hace a sus sacerdotes elevar sus brazos en la liturgia para la oración: cada vez que rezan en misa, abren y elevan los brazos, repitiendo aquel gesto de intercesión que salva a los suyos. ¿No experimentamos, acaso, la protección y la beneficencia del Señor, cuando el sacerdote eleva sus brazos en la oración? ¿No sabemos que está intercediendo ante el Padre, unido a Cristo, para obtenernos la bendición y la salvación? ¿No deseamos perseverar con ellos, animarles a mantenerse así, en bien de toda la humanidad, de tantos seres queridos?

El poder de la cruz de Cristo sigue siendo eficaz ante el creyente, ante el que, como Jesús pide en el evangelio, persevera en la oración. De ese poder brota la liturgia que celebramos. Y es que, la verdadera victoria no se obtiene aquí, cuando recibimos los primeros «bocados de vida eterna», pero sí es cierto que aquí, con nuestra perseverancia, con una fe constante, esos brazos en alto adquieren el sentido inequívoco de la justicia que Dios nos promete gratuitamente.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


18 de octubre: San Lucas, evangelista. Fiesta

En este año de san Lucas en el que nos encontramos, año de la misericordia, año del evangelista de la misericordia, que dibuja de forma preciosa en sus parábolas, la celebración de esta fiesta tiene que renovar en nosotros el deseo de releer despacio el tercer evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles, a él atribuidos. Su evangelio refleja el cuidado y la preocupación del Señor por los pobres (idea que encontramos de forma delicada y elegante en la oración colecta), presenta a María, surgida de entre los pobres de Yahveh, eslabón que da continuidad a la acción evangelizadora del Hijo en la acción evangelizadora de la comunidad de sus discípulos, por el don del Espíritu, protagonista de Hechos.

La primera lectura de esta fiesta nos presenta a Lucas al lado de san Pablo. Ellos, aunque solos, han tenido fuerzas para llevar a cabo el anuncio evangélico. Han ido a los gentiles, como anuncia el envío de Cristo a los setenta y dos en el relato evangélico de este día. Así, la tarea a la que san Lucas se ha dedicado consiste en esto, llevar las hazañas de Dios a todos los hombres, proclamar la bondad y cercanía del Señor para los que quieran estar cerca de Él. Esta actitud de preocupación universal de Dios, este amor suyo, se manifiesta también por el amor de los que han entregado su vida por llevar el evangelio a todos los lugares del orbe.


Diego Figueroa

Para la Semana

Lunes 17:

San Ignacio de Antioquia, obispo y mártir. Memoria.

Ef 2,1-10. Nos ha hecho revivir con Cristo y nos ha sentado en el cielo con él.

Sal 99. El Señor nos hizo y somos suyos.

Lc 12,13-21. Lo que has acumulado, ¿de quién será?
Martes 18:

San Lucas, evangelista. Fiesta.

2Tim 4,9-17a. Solo Lucas está conmigo.

Sal 144. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado.

Lc 10,1-9. La mies es abundante y los obreros pocos.
Miércoles 19:

Ef 3,2-12. El Misterio de Cristo ha sido revelado ahora: que también los gentiles son coherederos de la promesa.

Salmo: Is 12,2-6. Sacaré aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

Lc 12,39-48. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá.
Jueves 20:

Ef 3,14-21. Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; así llegaréis a vuestra plenitud, según la Plenitud total de Dios.

Sal 32: La misericordia del Señor llena la tierra.

Lc 12,49-53. No he venido a traer paz, sino división.
Viernes 21:

Ef 4,1-6. Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo.

Sal 23. Este, Señor, es el grupo que busca tu presencia.

Lc 12,54-59. Si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?
Sábado 22:

Ef 4,7-16. Cristo es la cabeza; de él todo el cuerpo procura el crecimiento.

Sal 121. Llenos de alegría vamos a la casa del Señor.

Lc 13,1-9. Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.