Reunidos esta semana en uno de los grupos de jóvenes de la parroquia, me comentaban que todo va tan rápido hoy en día que no hay tiempo para parar, ni pensar. El ritmo de la sociedad, de la vida de la gente, parece que se acelera cada vez más. Todo tiene que ser inmediato. Si es para mañana, mejor; lo deseamos en un momento y tenemos que conseguirlo a continuación. No hay espera que valga, se esta perdiendo la habilidad de esperar, la paciencia para esperar, la generosidad de la espera. Y esto provoca que estemos tan preocupados por lo inmediato y lo particular, lo cotidiano, que pasamos por la vida y la vida no pasa por nosotros. Al final cada uno va a lo suyo y no le importa el de al lado. Este individualismo egocéntrico destruye lo común, a la sociedad y a las personas. Provoca una despreocupación por los otros, por el prójimo, por lo trascendente, por el futuro a largo plazo, por la meta o finalidad auténtica de nuestra vida. Se pierde la esperanza.

Las lecturas de este primer domingo del adviento nos llaman la atención sobre la despreocupación. Era la situación de los hombres en los tiempos de Noé y es sobre lo que San Pablo da consejos para salir de ella en la segunda lectura. Por tanto, estad en vela, nos dice el evangelio. Estad despiertos, esta es la actitud que Jesús nos pide para que la vida no pase, sino que se viva plenamente. La despreocupación por lo más importante, por lo auténticamente vital de nuestra vida es una negligencia y temeridad que nos adormece. Ese «estar dormido» de la Escritura es estar en lo superficial, sólo en lo material de la vida. Tenemos que despertar a nuestra «vida interior» donde el Espíritu Santo quiere habitar y nos abre los ojos para ser conscientes de nuestra realidad humana, que nos sorprende y nos proporciona certezas que parecen estar más allá de nosotros mismos, y lo están, lo son, la riqueza espiritual de la que es capaz el ser humano en el que Dios forma parte de su vida.

Pero, para despertar hay que «pararse» continuamente en nuestra vida y entrar en nuestra vida interior. La salvación es ya un hecho por Jesucristo y hay que sentirse salvados y vivir como tales. Como dice Pablo: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. No hay que dejar de actuar, no hay que mirar a otro lado, ni dejarlo para mañana. Nuestros buenos actos, como discípulos de Jesús, nos llevan a ser activos en esta espera creyente y alimentan nuestra esperanza. En el grupo de jóvenes nos hemos comprometido a abrir un hueco diario a la oración, al diálogo interior con el que nos trasciende y nos habita, para renovar nuestra esperanza en esta espera activa. El adviento ha comenzado, ¿te comprometes tú también? ¿Estas dormido? Despierta.