El evangelio de hoy viene muy al dedo para hablar de S. Francisco Javier, uno de los más insignes misioneros de la historia, cuya memoria celebra la Iglesia. Se tomó muy en serio el mandato de Cristo: “Id”. Él fue. Recorrió unas distancias heroicas para aquellos momentos en que los grandes viajes eran agotadores y con frecuencia muy arriesgados.

Cristo nos pide a cada uno lo mismo que les pidió a sus discípulos: salir, hablar de Él y de este modo, que la gente pueda conocerle. Además, en el evangelio no sólo se habla de predicar, “proclamar que el reino de los cielos está cerca”. También encontramos imperativos imposibles si no es con la fuerza de Dios a nuestro lado: “curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios”. ¡Vaya tareas! En un primer momento a los apóstoles se les quedaría cara de póker. ¡Y a quién no! Pero llevados por la fe en el Maestro, apoyados en la gran seguridad que inspira su autoridad y su amor por todos, salieron a realizar todas esas tareas.

Tareas que en lenguaje teológico se comprenden como ministerios. Son diversas funciones que se realizan en la Iglesia al servicio de todo el pueblo de Dios, dependiendo de los carismas y talentos que el Espíritu Santo suscita. Al comienzo de la vida de la Iglesia esas acciones milagrosas fueron bastante comunes, como constatamos en los Hechos de los Apóstoles. Son señales inequívocas de la presencia del poder de Dios que pasa a través de la vida de sus discípulos. Hoy quizá sean menos abundantes, pero no son menos reales, pues el poder de Dios no ha menguado. Sobre todo en el plano espiritual, Cristo a través del ministerio de la Iglesia sigue curando, sanando, resucitando.

Lo hace con cada uno de nosotros: cura la enfermedad de nuestra soberbia, resucita la muerte de nuestros odios y egoísmos, limpia la impureza de nuestra carne, ahuyenta la influencia del Enemigo en nuestras vidas. Todo esto es profundamente real, y es fruto exclusivo de la grandeza y misericordia de Dios, que nos llega a través del ministerio de la Iglesia, nuestra Madre.

Quizá es un día para pensar despacito en tantos momentos de nuestra vida en los que Cristo nos ha curado, resucitado, limpiado, etc. Brotará sin duda una oración intensa de acción de gracias por tantos beneficios. Y por otro lado, nos dispondrá mejor a valorar qué es lo que debemos ofrecer a nuestros conciudadanos cuando nos envían a evangelizar. Se trata de dar gratis lo que recibimos gratis. Hoy le pedimos al Señor que acreciente en nosotros el espíritu misionero de S. Francisco Javier, y que nos otorgue dar aquello que hemos recibido con aquel mismo celo que otorgó a tan insigne misionero.