Como siempre las promesas tienen en Jesús su cumplimiento. Hoy el profeta Isaías nos anuncia una promesa del Señor: El Señor es un Dios eterno que ha creado los confines de la tierra. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Fortalece a quien está cansado, acrecienta el vigor del exhausto.

Y el Señor cumple con sus promesas siempre. Él es fiel. ¿Cómo nos descansa el Señor? Nos lo dice hoy en el Evangelio: – «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

¿Cuáles son nuestros cansancios? No cansa el trabajo cotidiano. Nos cansan nuestras debilidades y miserias. Nos cansan nuestros sufrimientos y enfermedades. ¡Cuantas veces decimos no puedo más! Nos vemos oprimidos por tantos cansancios… El Señor nos alivia ¿cómo? con su yugo llevadero y su carga ligera, es decir, con la comunión con Él. Vivir unidos a Él es lo que verdaderamente nos descansa y alivia. Y esta comunión puede ser constante porque Aquel a quien esperamos que venga ya vino y viene cada día.

Pero si aún así nos cansamos nos puede ayudar una oración que le gustaba repetir al nuevo Santo Manuel González, el obispo de los Sagrarios abandonados:

¡Madre Inmaculada! ¡Qué no nos cansemos! ¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos!

Si, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humano, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida!… ¡Que no nos cansemos!

Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades, para socorrerlos, y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos ha señalado Dios.

¡Nada de volver la cara atrás!, ¡Nada de cruzarse de brazos!, ¡Nada de estériles lamentos! Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan  servir para dar gloria a Él y a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos… ¡Madre mía, por última vez! ¡Morir antes que cansarnos!