Es bueno trabajar. Trabajar mucho y bien nos hace imagen de Dios, que es el primer trabajador de la historia. Él nunca deja de hacer el bien, de bendecir con sus creaciones, de amar sin medida.

No le hacía falta este mundo, pero en cambio, como hábil arquitecto y diseñador, lo ha construido y lo mantiene en el ser. Lo cuida constantemente como buen administrador de la finca, y procura su crecimiento como el mejor de los jardineros. Está atento no sólo a las fachadas, sino a los entresijos del amplio mundo del mantenimiento.

Dios es también el mejor pintor, que con una sutil delicadeza engalana a las mariposas con sus hermosísimas alas, viste las más bellas flores y se entretiene con el movimiento creativo de las auroras boreales. Su pericia como escultor la contemplamos en los anillos de Saturno son una buena muestra.

Como dramaturgo, el guión de Dios Padre es sin duda el mejor libreto de la historia; de hecho su obra maestra es designada como “Historia de la Salvación”, en cuya representación entran todos los hombres. Hay de todo en esta obra cumbre: risas y llantos, derrotas y victorias; fidelidad e infidelidad… Refleja fielmente la compleja vida de las personas. Es cierto que el personaje principal es su Hijo, pero nos ha hecho partícipes de su mismo papel mediante la efusión y moción del Espíritu Santo. Todos entramos en escena por voluntad de Dios en este “gran teatro” del mundo creado y salvado.

Como economista, administra, guarda y distribuye los bienes más preciados para la humanidad, y de los que a veces ésta carece un poco: el amor, la paz, el bien, la generosidad… Y para su administración creó el mejor de los bancos, denominado “Economía de Salvación”. Lo primero en él sí son las personas —de verdad de la buena—. Es a la vez macro-economía, pues atañe a todos los hombres y a la creación entera, pero al mismo tiempo micro-economía, pues el bien más preciado es la gracia que se derrama en cada corazón.

Respecto a los medios de comunicación, Dios no tiene rival en el manejo de la Palabra, pues Él mismo es el emisor y el mensaje. Y cuenta con la mejor red de comunicación global: la gracia del Espíritu Santo, que llega con señal plena a todos los corazones que abren su vida a Dios. Nunca se cuelga, ni es poca su intensidad. La contraseña es la libertad de cada persona, mediante la cual, cada uno se puede unir a esta gran red de contenidos salvíficos.

En cuanto a su faceta de rey y político, gobierna con mano de hierro cuando se trata de defender la vida, la verdad y la belleza, y le planta cara a sus enemigos con el ejército de los ángeles. Con los débiles se presenta comprensivo; con los corruptos, firme; con los pecadores, misericordioso. Con todos, dispuesto a escuchar —de verdad de la buena— todos los problemas reales de los ciudadanos.

En cuanto al trabajo doméstico, hay un reparto equitativo de las tareas entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en constante obediencia filial del Hijo a la voluntad del Padre, en unión del Espíritu. La comunicación siempre es cordial, y no se tergiversa nunca, ni nada se pierde. Siempre se escuchan. El amor es la unión y el calor ese gran Hogar que es Dios mismo.

Podríamos tomar todos y cada uno de los trabajos de este mundo, y de todos ellos encontramos un reflejo del quehacer constante de Dios. ¡Es un genio!

Los hombres no trabajamos en todo a la vez: sólo el Señor puede hacerlo. Pero cada trabajo guarda un reflejo de Dios. Somos más cuanto más reflejamos la grandeza y belleza de Dios trabajador. Y con la constante labor de tantos tipos de trabajo de la sociedad. Ninguno es más importante que otros: son más o menos visibles, pero esenciales todos.

San José obrero es un modelo de cómo ofrecer a Dios un trabajo bien hecho. Que él nos ayude a trabajar mucho y bien en todas las facetas que componen nuestra vida de trabajo. El truco es descubrir que todo es un constante “hacer”: no sólo el trabajo remunerado, sino también las tareas de la casa, el cuidado de la familia, los hobbies, la diversión o el descanso (“al séptimo día descansó”).