La petición que hace Felipe al Señor está llena de un aparente sentido común: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. El deseo de ver a Dios, de conocerle cara a cara, ciertamente es loable y por lo tanto pedirlo con esa sencillez de Felipe tendría que ser petición aceptada. El problema es que justo antes Jesús se define a sí mismo como el camino que lleva al Padre, revelando así el modo como Dios se hace presente en el mundo. Veámoslo.

1) El deseo de ver a Dios lo llevamos dentro del corazón. Por deficiencia de nuestra débil naturaleza, solemos pintarle como los niños: en el cielo, rodeado de nubes. Así aparece siempre en Los Simpson. En el subconsciente podemos tratar al Señor como alguien muy, muy lejano. Y por esta razón, pensamos que para ver a Dios hay que ir más allá. Ese momento suele ser la muerte, cuando nos encontraremos con Dios. Y así explicamos la muerte a los niños: “el abuelo se ha ido con Jesús”.

Es precisamente Jesús quien ilumina esta búsqueda de Dios, y sobre todo quiere romper definitivamente esa lejanía. Las palabras del evangelio de hoy revelan la naturaleza pontifical de Cristo: es pontífice, es decir, puente entre Dios y los hombres. Por eso dice “yo soy el camino”. Y acude a un verbo de movimiento: “ir al Padre”. Cristo es el camino sobre un largo puente que acerca al Padre a cada hombre. Quien conoce a Jesucristo conoce también a su Padre, y por supuesto al Espíritu Santo, del que no se habla hoy en el evangelio.

2) La petición de Felipe encierra otra objeción también muy difundida: Dios es perfecto, y por lo tanto, cualquier cosa creada, por ser criatura imperfecta, no puede manifestar a Dios tal cual es. Para encontrarme con Dios, he de salir del mundo mediante alguna experiencia mística, o algún fenómeno similar. Y por eso está tan difundida la mentalidad que opone Dios y mundo.

Jesús de Nazaret es un hombre, una criatura, y en Él se nos manifiesta plenamente Dios al modo humano, accesible, a quien podemos escuchar y comprender. La novedad es que no lo hace como nosotros queremos, sino como nosotros necesitamos. Ya sabemos por experiencia que no siempre lo que queremos es lo que realmente necesitamos. Necesitamos ver y tocar a Dios, y por eso, sin abandonar su divinidad, se encarna para hacerse caminante en nuestra historia. Él es el camino que conduce al Padre, pero también es caminante con nosotros, peregrino con cada persona.

3) Creer en Dios es creer en Cristo, y ver a Cristo es ver a Dios. Quizá esto es una de las cosas más complicadas de comprender. A veces se afirma “el Dios de Jesucristo”, como si hubiera “el Dios de los judíos” o “el Dios de los mormones”. Está claro que no puede haber muchos dioses, y que en todo caso, dicha variedad no corresponde a Dios, sino a nuestro polifacético modo de comprender las cosas.

Jesucristo habla con claridad: “Yo estoy en el Padre, y el Padre en mi”. De modo directo se refiere a su naturaleza divina y a su eterna comunión con el Padre. El cristiano no cree en una “versión 2.4”, o “3.1” de Dios, sino que recibe la fe como un don que le permite conocer el misterio insondable de Dios que se revela plenamente en Jesucristo. Él no es “un” rostro de Dios, sino el único rostro de Dios en el mundo. No dice “yo soy un camino”, sino “el” camino. De ahí que en otras partes del evangelio Cristo sea tan explícito al unir salvación y fe: sólo el que crea se salvará.