En los Hechos de los Apóstoles hoy aparecen las dos condiciones necesarias para entrar en la Iglesia como discípulos de Cristo: “Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”.

La conversión y el bautismo, esto es, la profesión de fe y el rito sacramental de las aguas bautismales, son la puerta para entrar en el Reino de Dios, el Reino de Cristo. Ambos elementos son fruto de la predicación del Evangelio, que mueve los corazones de los que escuchan hacia una vida más llena de Dios. Muchas personas no se entregan más y mejor a la causa de Cristo porque quizá no hay buenos “predicadores” del Evangelio en sus ambientes, o tienden a la mediocridad, a la simplonería.

La falta de “enganche” de la Iglesia en muchos ambientes manifiesta que el mensaje salvífico —ansiado por muchos corazones— no lo está comunicando bien, que los cristianos no somos buenos transmisores de la Buena Nueva que salva la humanidad: nos falta autenticidad. Las culturas cambian y cambia el tipo de “sujeto” (los modos de vida, valores, costumbres, ideas); por eso el modo de comunicar el mensaje salvífico también ha de cambiar si se pretende llegar a los hombres de cada época. De ahí el empeño de los papas por la creatividad en la tarea de esta nueva evangelización de nuestra querida Europa. Cada vez surgen más carismas y caminos nuevos de testimonio.

El ansia misionera de dar a conocer al Señor ha caracterizado la buena salud de la Iglesia. No hay santo que no haya sido un gran “catequista” por el testimonio de su propia vida y haya llevado a otros a creer y bautizarse. En los procesos de canonización, al menos en los más actuales, se recogen testimonios de los que han vivido junto al canonizando, personas que se han beneficiado de la acción del Espíritu Santo en una persona singular que ha inundado de luz y color la vida de muchos. El Evangelio entra por los ojos cuando alguien lo vive de veras, entregando día a día la propia vida, desgastándose por servir al Señor y a los demás. En el cristiano se refleja la grandeza de Cristo.

La Iglesia se ha visto a sí misma como un rebaño. La imagen la explica Cristo en el evangelio de hoy: Él es el Buen Pastor que guía al rebaño “caminando delante”, lo custodia, lo alimenta. La comunidad eclesial, y cada cristiano en particular, alcanza su identidad más profunda cuando es parte de Cristo, vive de Él y vive por Él. Cuando el Señor es quien pastorea la vida de cada cristiano, se refleja más la grandeza de vida que nos da.

En este domingo del Buen Pastor la Iglesia pide por la abundancia de las vocaciones sacerdotales, y también por aquellos que hemos sido llamados a pastorear la grey del Señor. Sobre todo pedimos calidad, aunque si también nos conceden cantidad, mejor para todos: el Reino de Dios aumentará en número. ¡Que muchos crean y se bauticen!