Es sorprendente cómo se parecen los relatos del libro de los Hechos de los Apóstoles a los Evangelios. En muy pocos versículos se cuenta la actividad frenética y la predicación de Bernabé, Juan Marcos, Pablo y los demás, ¿no nos recuerda a las jornadas de predicación de Jesús en el Evangelio? La celebración de la Pascua de hoy nos permite revivir en nuestra vida, con asombro, el poder y la originalidad del Espíritu. Leer durante la Pascua las Actas de los Apóstoles nos ayuda a descubrir cómo el Evangelio se hace presente también, hoy como entonces, en nuestra historia, en nuestras parroquias, asociaciones, movimientos, en la Iglesia de hoy. ¿No descubrimos esta misma actividad en muchos lugares? Sí, es probable que pensemos que hacemos muchas cosas pero que no dan mucho fruto… ¿Qué pensarían Pedro, Pablo, Bernabé…? Hoy, como entonces, “no podemos callar lo que hemos visto y oído”, “siervos inútiles somos, lo que teníamos que hacer, hemos hecho”. ¡Qué bonito sería poder descubrir en nuestras comunidades esta actividad frenética, la misma de los Apóstoles, la misma de Jesús! ¡El Señor hará que produzca frutos!
El Señor ha venido como Luz al mundo y nos ha enviado también a nosotros como luz, y la luz debe colocarse en lo alto para que alumbre a todos los de la casa. Que seamos capaces de iluminar para que el mundo crea y se salve. Para esto ha venido Jesús al mundo.
Hoy fiesta de San Juan de Ávila es un día especial para los sacerdotes. Hoy re descubrimos en San Juan de Ávila un sacerdote De gran humildad que le llevó a ser un verdadero reformador. No pudieron sacarle ningún retrato. Su predicación iba siempre acompañada del catecismo a los niños; su método catequético tiene sumo valor en la historia de la pedagogía.
El celo por la extensión del Reino aparece en sus obras y palabras. Las cartas a los predicadores son pura llama de apóstol. No admitía que murmurasen de nadie. La castidad la veía en relación al sacerdocio, principalmente como ministro de la Eucaristía. La devoción a María la expresa continuamente y la aconseja a todo el mundo.
De todas sus virtudes, de su prudencia, consejo, discreción, etc., hablan sus biógrafos. Pero él conocía bien sus propios defectos y, por eso, pidió en las últimas horas de su vida que no le hablaran de cosas elevadas, sino que le dijeran lo que se dice a los que van a morir por sus delitos. A Juan de Ávila no le atraían propiamente las virtudes en sí mismas, sino el misterio de Cristo vivido y predicado.
Entregado al estudio continuo de las Escrituras y de otras materias eclesiásticas, gastando su vida en la oración, predicación y fundación de obras apostólicas y sociales, en la dirección de las almas y en la enseñanza del catecismo, en la formación de sacerdotes y futuros sacerdotes, Juan de Ávila es un maestro de apóstoles.
La figura personal y pastoral de Juan de Ávila encontró pronto eco en Italia con san Carlos Borromeo, y en Francia en la escuela sacerdotal francesa del siglo XVII. Pero su obra quedó, en parte, en la tiniebla en su aportación más profunda a la vida evangélica precisamente para el clero diocesano y la vida de perfección cristiana en las estructuras de todo el pueblo de Dios.