Los cristianos tenemos una responsabilidad ante el mundo porque a nosotros se nos ha concedido conocer a Jesucristo y su salvación. A nosotros se nos han mostrado s los misterios escondidos antes de la creación del mundo. Para nosotros se abren constantemente los secretos de la Escritura y por eso tenemos una responsabilidad ante los demás hombres para los que permanecen ocultos. Es cierto que no somos capaces de penetrar todo y que no todo lo entendemos; estamos en camino y tenemos que continuar sentados a los pies del Señor como María la hermana de Marta y Lázaro escuchando su enseñanza. Pero no debemos esperar a estar absolutamente seguros de todo para poner ante los hombres aquello que hemos visto y oído.
El evangelio de hoy nos recuerda que el mundo nos espera, espera la manifestación de los Hijos de Dios y gime y grita esperando nuestro anuncio, nuestro testimonio, porque nosotros gustamos y vemos lo bueno que es el Señor, contemplamos, como el pueblo de Israel en el Sinaí, la gloria del Señor.
Sin duda, todos albergamos sentimientos nobles, más son contados los que actúan y obran en coherencia evangélica.
¿Qué hacemos con el otro? Si, con ese ser humano que tiene los mismos derechos y dignidad que cada uno de nosotros, al cual, señalamos, criticamos y juzgamos in misericordie.
Me pregunto, para mí ¿dónde está la mejor parte?
Y creo honestamente que hace tiempo encontré la respuesta: en la Palabra de Jesús susurrando en mi oído: no olvides, como yo te he amado.
Por eso, para recordar, leo cada día una página del Evangelio. Es mi encuentro con el Amigo, en el silencio de la escucha atenta.
¡Qué mejor Maestro! Hacía lo que oraba y hablaba, y bien que le entendían los sencillos.
Miren Josune.