El centurión no se guarda el dolor, no quiere quedarse a solas con la tristeza, el sufrimiento no le hace crecer una armadura en la que se encierra a lamerse sus heridas. Ama mucho a su criado, no tolera un trato inconveniente con quien está a su cargo, es un criptocristiano que intuye la dignidad del hombre y la llamada a una hermandad, en la que ya no habrá ni judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre. Tiene olfato para saber a quién se le puede confiar el propio dolor, porque las cosas del alma no se regalan a cualquiera. Es un buen político, sabe que su cargo es ponerse al servicio del bien común, cuando recibe la información de que el pueblo necesita una sinagoga, es el primero en tomar la iniciativa. Es un hombre con autoridad, acostumbrado a mandar, a dar órdenes, pero pone su privilegio al servicio de los demás. Es alguien bien informado, sabe que Cristo no es un vendedor de crecepelo que va de pueblo en pueblo embaucando a la gente para el propio beneficio. Intuye en Él a alguien que conoce al hombre desde dentro, y que su amor es capaz de llevarse el dolor y la muerte por delante.
El centurión es un hombre que confía, ¿no decía el Señor que si tuvierais fe como un grano de mostaza le diríais a esa montaña que se metiera en el mar y os obedecería? El centurión tiene claro lo que quiere, no busca probar a Cristo, sabe que Él puede hacerlo y sencillamente da por hecho su iniciativa. Como da órdenes a sus soldados, sabe que una orden no consiste en empujar con las dos manos al subalterno para realizar una misión, sino que la palabra tiene esa autoridad que mueve el corazón, lo mismo que mueven las manos la azada para hacer un buen surco. Con Cristo usa un método propio. Al igual que la voluntad de la Virgen zarandea el alma de Nuestro Señor en las bodas de Caná, dirigiendo ella misma la actuación del Hijo, ahora el centurión lleva la iniciativa amorosa de Cristo.
El centurión es un hombre profundamente humilde, es consciente de que la autoridad de Cristo es mayor que la suya, no es digno de su presencia en la propia casa. El centurión no pierde el tiempo, no quiere el estrambote de la llegada de multitudes a su hogar, atraída por el morbo del milagro. Es el hombre que Dios busca para poder hacerse con él. Qué frase la suya más hermosa para preparar el gran encuentro de la comunión
AMOR, FE, HUMILDAD, CONFIANZA.
Bastan estas actitudes y la vida vuelve a recobrar sentido, experimentamos, que Dios está más cercano que toda barrera y obstáculo.
Jesús «sorprendido» ante la Fe de aquél centurión extranjero.
Es evidente que creer en alguien, no está condicionado por ideas diferentes, empatía, afinidad de pensamiento, la procedencia y el lugar geográfico, la cultura y la lengua, incluso la religión.
Creer en alguien es descubrir en su vida, el «rostro del amor», esa presencia que hace transparente la Verdad y habla el lenguaje de la Misericordia.
Cuando buscamos un bien para el otro, intuímos la presencia del Espíritu que va guiando nuestros pasos.
Dios-Padre, no es el «eterno ausente» de la vida, que ignora nuestro sufrimiento; es preciso descubrir su AMOR, tener la confianza de que nunca nos va a dejar abandonados, por difícil que sea nuestra vida y obstáculos que encontremos en ella, llegando a caer en la desesperanza.
Las barreras y muros no los pone Dios, los levantan la falta de fe y confianza, la cual, quiere controlar todo y sólo busca mezquinas certezas tangibles, dejando el Amor de Dios apartado de la vida.
La actitud del centurión es del todo elocuente, se acerca con fe a Jesús, acuciado por la urgente necesidad de un sirviente suyo.
El gesto loable es, sobretodo, el hecho de emplear su tiempo en procurar un bien, ayudando a vivir a un ser humano; lo hace no desde su supuesta influencia y autoridad, sino desde la humildad de quien descubre en Jesús, un Poder que él no tiene, el cual, sobrepasa los límites de lo posible y humano.
Fe sin exigencia, el orgullo y exhibición, desde la humildad de quien reconoce su propia limitación: «yo Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya, bastará para sanar a mi siervo.
Acoger en tu casa, en tu grupo, el ocio y descanso, allí donde tu vida transcurre, para hacer verdad el encuentro fraterno. No será posible, si antes no abres tu corazón, ofreces el cálido cobijo donde el otro pueda decir: ¡Qué bien estamos aquí, reunidos en tu presencia Señor.
Fe es dejar hablar al corazón, donde el Amor habita y éste nos condicirá de inmediato a la coherencia de las obras.
«YO NO SOY DIGNA, PERO EL AMOR SI»
Gracias por este espacio de la Palabra, al encuentro con Jesús. Que el Señor les ayude, a guiar con acierto, esta hermosa tarea de evangelización.
Miren Josune