Hace unos años oí a un sacerdote sabio regalar a su auditorio una disertación sobre unas piezas de Bach que se interpretarían a continuación. Además de ministro de Dios, era un maestro consumado de música, tocaba el órgano e improvisaba como el mismo Buxtehude. Saludó a los aficionados con palabras que aún recuerdo, “queridos amigos, no habéis venido aquí a aprender la receta de la musaca, sino a recibir un regalo que no os manchará los dedos. ¿Cómo debemos disponernos a escuchar la música de los grandes maestros? Veamos, oír es siempre recibir, es su sinónimo perfecto. La gente dice que mejor que «oír» es la palabra «escuchar», puede que tengan razón, es como poner más atención a lo que se nos dice. Pero oír es primordialmente recibir de otro.

Estamos acostumbrados a solucionar problemas en la vida, a quitárnoslos de encima. Hoy mismo le he mandado un mensaje a un amigo preguntándole cómo se encontraba, y me ha enviado una colección de emoticonos de un muñeco corriendo (el comentario provocó risas generales), no hizo falta que me dijera que estaba a mil gestiones. Pero hay cosas que no se s-o-l-u-c-io-n-a-n, sino que se r-e-c-i-b-e-n, como se recibe un hijo, una vocación o al Señor en la Eucaristía.

Dios no hizo el corazón humano, tan complejo y frágil, para poner embellecedores en los armarios, firmar ingresos en el banco, conducir por la cuidad, comprar palomitas, sino para dar y recibir, que son en sí acciones netamente divinas. En mi juventud estuve en el museo Dalí de Figueras, apenas recuerdo las obras que me marcaron, quizá aquel corazón púrpura pequeño, que latía en el interior de una vitrina, poc-poc, poc-poc. Era sorprendente el mecanismo que impulsaba a aquel pequeño corazón púrpura moteado de lagrimas de mercurio, poc-poc (y juntaba y separaba los dedos de su mano derecha).

El corazón humano, tan frágil, necesita cuidados amorosos, cuidados inteligentes. La música se oye en actitud de recibir, como todo aquello que Dios concede. Por eso la predisposición a la hora de escuchar música es igual que al inicio de la oración, es un “aquí estoy para ser colmado”, “estoy dispuesto a estar ante alguien que va a poner cerca de mí un pedazo de su alma”, ya sea la de Schubert, Schumann o Brahms.

Hoy vamos a escuchar al gran maestro de Leipzig, a Juan Sebastián Bach. Estad atentos, los compositores no reparan esfuerzos en dilapidar su alma en la música. Al igual que en la música en directo, estad atentos también en la oración. Cuando leáis el Evangelio escuchad las palabras que salen de la boca del Maestro, Él también dilapidó su vida en favor nuestro. Si aguzáis vuestro oído musical no os será difícil oír la voz de Dios en el silencio de lo cotidiano.

Y ahora, que suene la música”.