«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí», nos dice Jesús en el Evangelio de hoy. Esta frase, ciertamente, es impactante y en ella se pone de relieve que el creer o no creer en el buen Dios que se revela en Jesucristo es lo que define nuestra vida.

Podemos decir tranquilamente que, con la fe, nos jugamos la felicidad, que no es un estado de bienestar, una ausencia de problemas o un sentimiento, sino que es mucho más. Porque, sí, es una paz, pero la de Dios; no es una ausencia de problemas, pero sí un sentido para todo; y no es un sentimiento, pero puede generar emociones preciosas que vienen de Dios, que son un regalo. La fe es la base de toda nuestra vida y debemos ser conscientes de que es un don que se regala de manera personal, pero dentro de una comunidad llamada Iglesia. En el fondo no es más que la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela.

El gran enemigo de la fe es la idolatría, que el papa Francisco define en su encíclica Lumen fidei como la acción en que «un rostro se dirige reverentemente a un rostro que no es un rostro». Por tanto, es creer en algo que no es Dios, que no es Cristo. Y esta es una gran tentación, empezando por el idolillo que somos tantas veces nosotros mismos.

Vamos a hacer un poco de examen de conciencia: ¿Cuándo no confiamos en Dios?, ¿Por qué no confiamos en Dios?, ¿Por qué tenemos miedo a escuchar su voz y que nos cambie nuestros planes?, ¿Por qué tantas veces desconfiamos de que Él no nos escucha? Ante esta última pregunta caben muchas respuestas, pero hoy proponemos cuatro, que nos pueden ayudar a entender por qué parece que Dios pasa de nuestras peticiones, de nosotros.

Por un lado, debemos ser conscientes de que Dios está, permanentemente, intentando purificar nuestro deseo; asimismo, que a veces nos tiene que corregir el propio anhelo; en tercer lugar, hemos de tener la certeza de que si Dios te niega lo que pides es porque no pides lo que es bueno; o, por último, confiar en que Dios siempre y exclusivamente nos dará aquello que máximamente nos convenga. Esta es nuestra fe y nuestro descanso. Dios, como buen Padre, sólo nos va a dar aquello que realmente necesitamos. Confía en Él y haz un acto de fe en el día de hoy, pues si pones tus delicias en Su voluntad Él te dará lo que pide tu corazón.