Escucho en conversaciones con amigos, compañeros u otras personas que a veces se sienten decepcionados o desesperanzados porque dicen que la gente es egoísta, que todos buscamos nuestro propio beneficio sin pensar en los demás, o que el amor auténtico no existe, es una ilusión.

Voy observando en algunos círculos por los que me muevo, que hay personas que están muy solas realmente, a pesar de la acción o la ajetreada vida social que tienen. Si no, se puede analizar lo que hay detrás de lo que la mayoría de los famosos aparentan o intentan vender de su vida en la medios de comunicación “del corazón”.

En este sexto domingo de Pascua, la liturgia de la Palabra nos mete en la profundidad del misterio de la redención. Quiere que meditemos y caigamos en la cuenta de la plenitud del amor de Dios que se ha manifestado a nosotros en su Hijo, muerto y resucitado. No nos damos cuenta del tremendo regalo que nos da la fe en Jesucristo: el sentirnos amados por Dios, directamente y a través de los hermanos. El experimentar el amor auténtico y sentirlo hasta en los momentos difíciles de mayor soledad o sufrimiento, no tiene precio.

San Juan nos invita a que no dejemos de sentirnos amados por Dios, que tomó la iniciativa primero y nos ama totalmente de forma desinteresada, gratuita e inmerecida. Este amor es transformador, de tal manera que cuando te dejas amar cambia tu corazón y lo enriquece hasta que puedes cumplir el mandato de amar a los hermanos. Un amor real que te lleva hasta desvivirte por los demás, dar la vida por ellos (Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos). Un amor que no tiene distinción y que se revela a todas las naciones.

Pero no nos confundamos. Hay que dejarse amar y desear ser amado; ese es uno de los problemas más importantes o comunes de hoy. Jesús nos aclara: Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Hay que dejarse amar, acogiendo la acción de este amor en nuestra vida con apertura, humildad y honestidad. Y hay que responder a este amor, compartiéndolo gratuitamente con los otros, sin miedo a arriesgarte, y de forma totalmente desinteresada, para no adulterarlo o manipularlo. Es tremendamente importante obedecer el mandato de Dios, así seremos testimonio para una sociedad individualista.

En nuestra sociedad se ha dado la espalda al amor de Dios y por ello los lazos de afecto y amistad son frágiles. Sólo el amor desinteresado que viene de Dios por medio de Jesús Resucitado puede ayudarnos a romper el muro de egoísmo que tiende a la división y al enfrentamiento. Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.