La oferta es tentadora porque nada necesitamos más que una alegría sostenida. Las alegrías ordinarias, esas que estamos acostumbrados a vivir, tienen mucho que ver con grandes momentos. Pero nunca somos plenamente conscientes de que llevamos una alegría, es como si la esencia se nos escapara.

La alegría no es la reacción a un chiste, el humor es otra cosa. Los ingleses saben muy bien que el humor es asunto serio, y si quieres ser un buen hijo del antiguo imperio, tienes que aprender en las aulas esa sutileza en el hablar que combina juegos de palabras con sarcasmo, tan propio de los británicos. En España nuestro humor es más socarrón y disparatado, lo nuestro es una improvisación inmoderada en la que nos sentimos cómodos. Pero no es feliz quien ríe, sino quien vive una vida con sentido. Patti Smith, cantante punk a la que siempre he admirado, decía en una de sus libros, “si me perdía por el camino, tenía una brújula que había desenterrado sin querer de una patada, al abrirme paso entre un montón de hojas húmedas. Era una brújula vieja y oxidada, pero aún conectaba la tierra y las estrellas. Me indicaba dónde me encontraba y dónde estaba el oeste, pero no a dónde me dirigía, ni cuánto valía yo”. Es una apreciación inteligente, por mucho que en la vida yo tenga brújula, ordenador, casa y trabajo, nunca estaré en calma hasta que no sepa quién soy y hacia dónde debo dirigir mi pasos.

La suerte del cristiano es que nos cubre la seda de la gracia divina, el regalo de una conexión real entre Dios y mi persona. Estos días rezo con “De los nombres de Cristo”, de Fray Luis de León, una lectura ineludible para las almas inquietas por situarse más cerca del corazón del Señor. Allí el maestro castellano deja dicho que Cristo es el pastor que busca el alimento y el sustento de sus ovejas, es decir, su alegría. Y por Él se puede entrar y salir, y en todos los caminos serán apacentadas y también en todos los llanos; no tendrán hambre, ni sed, ni fatigas. Cierto, es una alegría que experimentan los santos, porque la voluntad de Dios es dar plenitud a nuestro corazón, no complicarnos la vida. Así también lo cuenta Fray Luis en un texto incomparable, “porque todo lo que Dios nos manda es que vivamos en descanso, y que gocemos de paz, y que seamos ricos y alegres, y que consigamos la verdadera nobleza”.

Una alegría que nadie nos podrá quitar. Quizá el obstáculo sea nuestro a la hora de hablar de Cristo, del que mostramos la imagen deformada de un patrón con inconmensurables exigencias, y no la imagen del amigo que a diario espera nuestro “caso”, que así es como esperamos de quienes amamos, “hazme caso…”