El evangelio de hoy nos habla del respeto con que hay que tratar el nombre de Dios. Comentando este pasaje señaló san Juan Pablo II: “Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones.” Jurar es poner a Dios por testigo de algo y es por ello que no debemos recurrir a él por motivos vanos. El mismo Papa indicaba que: “Siguiendo a san Pablo, la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal)”. Hasta aquí una explicación de lo que es el segundo mandamiento del decálogo y que excluye también, como es obvio, la blasfemia y todo lo que suponga hablar irrespetuosamente de Dios, de la Virgen, de la Iglesia, de los santos,…

Fijémonos ahora en el salmo, que nos enseña a invocar a Dios. En la primera estrofa lo hacemos implorando su protección: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”. Ahí se reconoce que nuestra vida está en manos de Dios, al que invocamos con confianza. Por eso decimos “mío”, que es un término que indica cercanía. El Dios que nos protege no está lejos, sino que nos cuida desde cerca; tan cerca que nos introduce en su cobijo. Esa cercanía de Dios la encontramos sobre todo en Jesucristo y en su presencia real en el sacramento de la Eucaristía.

La segunda estrofa nos enseña a hablar a Dios bendiciéndole: “Bendeciré al Señor que me aconseja”. Es la acción de gracias porque reconocemos todos los bienes que él nos concede. Acción de gracias que se extiende en el recuerdo constante de su favor: “tengo siempre presente al Señor”. Porque el verdadero agradecimiento a Dios no es algo puntual. Ese escueto “gracias” con que tantas veces despachamos a alguien; o esas palabras dichas sin ninguna emoción para salir del paso y porque lo impone cierto uso social. El agradecimiento a Dios nos lo hace constantemente presente, porque su amor no deja de acompañarnos.

Finalmente, en la tercera estrofa, se realiza la confesión. Que es otra manera de invocar el nombre de Dios. En este caso se hace referencia a la fe en la vida eterna y se anuncia la certeza de la resurrección. Podemos decir que la alegría por invocar a Dios (cuánta tristeza por no pronunciar repetidamente y con amor el nombre de Dios o de Jesús, o de alguno de sus amigos, los santos, que nos lo recuerdan), anticipa ese momento en que lo contemplaremos eternamente. Pronunciar su nombre es reconocer toda su acción salvífica a favor nuestro.

En este sábado pedimos a la Virgen Santísima que nos enseña a dirigirnos a Dios para también saber acogerlo como ella.