Ayer no discutí con nadie, un disgusto…, ¡a ver hoy!. La verdad es que no me dieron motivos y todos los padres aceptaron el día de catequesis que les ha tocado. Tampoco era obligatorio discutir, a falta de feligreses ya me dieron mis jefes motivos para enfadarme por la tarde noche. Lo que sí que salieron fueron catequistas para todos los grupos, teniendo en cuenta que hay 48 grupos de catequesis de primera Comunión ( o de infancia, como más os guste), y procuramos que haya dos catequistas por grupo, son unas 96 personas que van a dedicar una hora a la semana a hablar de Dios a los más pequeños y, si se dejan, a sus padres. Es una gracia de Dios y un motivo grande de agradecimiento, hay mucha gente buena…, incluso santa. La convocatoria la hacemos en Misa, pero luego siempre hay que darles el empujón final cuando preguntan o se interesan, e intentar cuidarlos a lo largo del año. Desde los 17 a los 60 años tenemos un gran abanico de catequistas, llamados no por el cura, sino por el Señor.

Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.

Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:

«No llores».

Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:

«¡ Muchacho, a ti te lo digo, levántate! ».

El muerto se incorporo y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.

“A ti te lo digo” La conversión es personal, es responder a la llamada a levantarse de Jesús. Están muy bien los grupos, las asambleas, los encuentros y todas esas cosas…, pero quien tiene que responder a la llamada del Espíritu Santo somos cada uno de nosotros. El apóstol como apóstol, el profeta como profeta, el maestro como maestro….

Quien piense que la Iglesia se va a convertir a golpe de decreto o exhortación se equivoca. Donde abunda el pecado tiene que sobreabundar la Gracia. Y Dios es capaz de resucitar un muerto. Por eso en la Iglesia no damos a nadie por perdido, sino que se le anuncia la conversión y cada uno verá si quiere seguir tumbadito en su ataúd o incorporarse y volver a su madre (la Iglesia) y comenzar a hablar de las maravillas de Dios. 

Una vez me contaban que en algunos círculos de gente de mucho dinero se llevan fenomenal entre ellos, se reúnen para cacerías, comilonas, para confabular juntos y diseñar estrategias…, hasta que uno es imputado o puesto bajo sospecha, entonces al que ayer abrazabas hoy le ignoras. En la Iglesia no es así, somos grandes amigos de los pecadores (yo soy amigo de mí mismo), pues tenemos algo que ofrecerles, a Alguien que ofrecerles, que puede sacarles de su pecado, insuflar en ellos la vida nueva y que puedan volver a caminar.

Ojalá la Virgen María, en cuyos brazos nos coloca Cristo, nos conceda esa conversión personal y diaria, y a muchos corazones negros, rotos, muertos, el Espíritu Santo los vuelva a hacer latir al ritmo del Corazón de Jesús.