Tiene gracia que el Señor sugiera a los suyos que no hablaran mucho cuando se pusieran a rezar. Porque los doce le veían que se iba a la montaña con mucha frecuencia a rezar solo, se alejaba de ellos y se marchaba a una buena distancia, como si necesitara una intimidad que hasta entonces un judío no podía entender. Los judíos rezaban en bloque, iban a las sinagogas y abrían las Sagradas Escrituras para alabar al Altísimo. Era la acción de la comunidad que había sido rescatada de los enemigos, de los pueblos que no se prosternaban ante el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Pero esta iniciativa del Maestro, este entusiasmo eremita de poner tierra por medio entre ellos y el Altísimo para vaciar el propio corazón, era una realizad del todo original. Si ya aquello les escocía la imaginación, la consecuencia venía rodada, ¿de qué hablaría con Aquél a quien llamaba Padre? Si les recomendaba que no usaran muchas palabras es que no se ceñía a rito alguno, o no desembuchaba como nosotros solemos hacer cuando entramos a verle en el sagrario de una capilla.

Cuando les enseña el Padrenuestro les está educando mucho más que en una oración vocal, les muestra el terreno sobre el que se construye el edificio de la fe cristiana. Antes que la alabanza esta la relación, antes que las palabras la intimidad, antes que la voluntad la atención.

Hay un escrito del joven Nietzsche sobre la Pasión según san Mateo de Bach. Cuando la escuchó por vez primera escribió, “quien se haya olvidado totalmente del cristianismo, aquí lo volverá a escuchar totalmente como un Evangelio, es la música de la negación de la voluntad sin el recuerdo de la ascésis”. La frase final, un tanto oscura, es trascendental. El filósofo se refiere al triunfo de la atracción sobre el empeño. La música de Bach actúa como un foco de luz que seduce al oyente, que no necesita trabajo ascético para disfrutar de ella. Esa es la oración que nos enseña Nuestro Señor

Es verdad, los apóstoles veían al Señor seducido por la intimidad con el Padre, y así es como Cristo quería que los suyos rezaran, con esa disposición a ser conquistados, amorosamente colonizados por quien les había instituido como pueblo. El Padrenuestro es la oración personal que incluye el plural. Con Cristo aprendemos que en la fe todo ha de ser plural, nadie reza por sí, todos somos miembros unos de otros, el Padrenuestro nos redefine como familia. No me extraña que se hayan escrito tantos tratados de espiritualidad sobre esas cuatro líneas.