«Un solo corazón y una sola alma y un solo corazón en Dios» Si tuviésemos que poner título al texto de los Hechos de los apóstoles que nos propone hoy la Iglesia para nuestra reflexión sería este. Ya san Agustín allá por el S. IV fundó su Regla, la Regla que escribió para sus hermanos consagrados en diversos monasterios del Norte de África, en este texto que recoge el ideal de vida de aquellas primeras comunidades que asombraban a propios y extraños por sus relaciones de fraternidad y por la autenticidad del amor que entre ellos reinaba.

Agustín quiere que sus comunidades vivan este ideal y todavía hoy el Señor quiere recordar a su Iglesia la importancia de aquel rasgo distintivo de las primeras comunidades que parece se nos olvida a los cristianos con excesiva facilidad. Las comunidades de Agustín son un grito a la Iglesia del S. XXI, un grito por la unidad, una apuesta por la comunión de vida, una auténtico signo contracultura, en un mundo en el cual el individualismo, la propia realización, el yo, se encuentran por encima de todas las cosas.

La unidad solo puede alcanzarse en el «in Deum» es decir, cuando los intereses personales se diluyen en aquel primer interés que debe mover nuestras almas, el amor de Dios. Solo en Dios descansaba el alma inquieta de Agustín, solo en Él encuentra reposo nuestra naturaleza herida, dispersa en los múltiples avatares de la vida, y solo en su amor encontramos la argamasa eficaz de la comunión.

Señor, sigue bendiciendo a tu Iglesia con el testimonio de San Agustín, y que la actualidad de su propuesta, mejor de Tu propuesta en su ejemplo, resuene en toda la Iglesia con fuerza. Amen.