Lo primero que nos sorprende al detenernos en las lecturas de este domingo es la desvergüenza de Pedro y de los apóstoles que, interrogados por el Sumo Sacerdote responden, sin ningún pudor, “hay que obedecer a Dios antes que a los hombre”. Verdaderamente Pedro y los Apóstoles no conocían lo políticamente correcto, pese a las amenazas y a las advertencias de las autoridades religiosas, que se supone que de Dios algo deberían saber, ellos permanecen fieles a la misión que han recibido sin importarles mucho ni el qué dirán, ni el futuro… Cómo no ruborizarse al ver nuestra tibieza, cuantas veces en muy diversos ámbitos nos callamos por no ofender, por evitar los conflictos… Dame Señor valentía para anunciarte.

La valentía de Pedro en el relato de los Hechos contrasta con su cobardía unas semanas atrás cuando escuchábamos en los relatos de la Pasión (Domingo de Ramo y Viernes Santo) que en casa del Sumo Sacerdote le negó tres veces antes de cantar el gallo. ¿Qué paso entre estos dos episodios? Verdaderamente no podemos saberlo con certeza absoluta pero los evangelios si nos transmiten que Pedro y el Maestro se encontraron a solas, aunque no sabemos que se dijeron, no conocemos el contenido de aquella conversación, y también sabemos que Jesús se encontró con él y con los otros apóstoles en diversos momentos.

El relato de Juan que acabamos de leer, contiene uno de esos encuentros especiales en los que Pedro es el protagonista. Si leemos con atención, como en aquella pesca milagrosa al inicio del Evangelio de Mateo, Simón y los demás se han pasado la noche bregando infructuosamente, sin embargo al despuntar la aurora Jesús les invita a echar de nuevo las redes y sorprendentemente pescan tanto que no pueden ni con la redes.

Es precisamente el discípulo amado el que le reconoce en este episodio, como es común en los relatos de las apariciones los apóstoles no reconocen de forma inmediata al Señor, sus mentes difícilmente están preparadas para reconocerle, sin embargo, cuando conectan con su experiencia más profunda (al partir el pan, al ser llamados por su nombre, en esta pesca milagrosa) con aquellos que ya han vivido con él, sus ojos se abren y pueden lanzarse al agua para ir con él, como hace Pedro en este relato.

Sin embargo para el Pedro el momento de mayor intensidad vendrá tras la comida, en ese momento Jesús interroga a su amigo por su amor, ¿me quieres más que estos? Y así hasta en tres ocasiones el Maestro interroga al discípulo sobre su afecto. Los Padres de la Iglesia conectan aquella experiencia con las tres negaciones… sin negar la carga simbólica querría detenerme en la reacción de Pedro, como la triple interrogación le entristece, parecería que se reabre en él la mancha de la negación, parecería que Jesús le reprocha su abandono, sin embargo Dios no hace eso, en verdad Jesús está fortaleciendo a Pedro, le está encomendando una misión que después heredarán sus sucesores, la de cuidar al rebaño de Dios, protegerlo, ser el protector y defensor de la fe.

Y así de nuevo Dios nos demuestra que no es de los fuertes y de los poderosos su reino, un Cristo crucificado, no puede poner al frente de su Iglesia un don Perfecto, no, al frente de la Iglesia del crucificado solo puede haber un hombre que ame en su limitación y su pequeñez a Jesús, que consciente de sus muchas oscuridades, se convierta en portador de luz.

Que esta experiencia de Pedro nos sirva a nosotros de trampolín, para que conscientes de nuestras oscuridades y pecados, nos dejemos iluminar por el Resucitado, y llenos de la fuerza de su amor desbordante que verdaderamente nos empodera seamos capaces de ponernos en pie y anunciar sin reservas el mensaje de salvación del evangelio.