¿Cuántas veces hemos cantado “juntos como hermanos, miembros de una Iglesia…”? Infinidad de veces ¿verdad? porque es uno de esos cantos que gozan de máxima popularidad entre nuestra gente. Y sin embargo seguro que la mayoría de ellos no entienden del todo bien eso de “miembros de una Iglesia”, porqué así dicho suena a “una iglesia entre otras” cuando en realidad de verdad quiere decir: “miembros de la Iglesia, que es una”.

Este es uno de los aspectos que subraya hoy la Palabra De Dios para el domingo: Que todos los pueblos de la tierra están invitados a alabar a Dios (salmo), oriente – norte – sur – occidente (2ª lectura), que la salvación en Cristo es para todos – circuncisos e incircuncisos – (1ª lectura), y que el Señor nos trae la paz definitiva y eterna (Evangelio).

Esta es la respuesta que ha dado Dios nuestro Padre a ese anhelo de reconciliación que late en el corazón de todos los hombres, una auténtica nostalgia de la unidad perdida. Y nosotros tenemos que decirlo: es posible la paz, no es una utopía ni una construcción humana, es un don y una tarea. Don que nos “baja” desde el cielo, que nos viene de lo alto y tarea que nos compromete a todos.

Porque no hay paz sin justicia, ni justicia sin perdón. Es decir, la comunión de todos los hombres en la Iglesia es posible porque Él, Cristo, es nuestra justicia. Dice el salmo: “que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”. La justicia ha florecido en el árbol de la cruz donde Jesús ha dado sentencia absolutoria a los culpables: “perdónales, Padre”. Por eso la comunión es siempre fruto del sacrificio de Cristo. Y al comer del fruto de este árbol, el creyente se llena de la paz de Cristo. “Pero el que se une al Señor, es un espíritu con El” (1 Co 6, 17) y no solo con Él sino con todos los otros en Él: “Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres, y a todos se nos dio a beber del mismo Espíritu” (1 Co 12, 13).

El Espíritu Santo es por tanto quien obra el prodigio de la unidad. Porque el Espíritu es uno, la Iglesia que es obra suya es una también. Y así, los que somos tantos en número y diversidad podemos vivir esta unidad que es reflejo de la Unidad de la Trinidad Divina.

¿Qué tenemos que hacer? Esa es siempre la pregunta que interrumpe nuestras reflexiones. El Señor nos dice hoy: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Y ahí tenemos la respuesta. Guardar, cumplir, vivir la Palabra y la Trinidad hará morada en nosotros. El Señor habitando en nosotros nos transforma en templo suyo, nos va integrando a unos y a otros en la construcción de este templo espiritual que no es obra de hombres sino de Dios. Dice San Pablo a los cristianos de Éfeso: “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, hasta llegar a ser morada de Dios, por el Espíritu (Ef 2, 19-22).

¡Feliz domingo!