Todo comenzó de una forma hermosísima; con un gesto heroico de generosidad y desprendimiento: “El Señor no me deja tener hijos; llégate a mi sierva a ver si ella me da hijos”. Aceptó Sara que su marido yaciera con Hagar, para que tuviera el hijo con que tanto había soñado. También podríamos entenderlo como un terrible gesto de egoísmo: tan empeñada estaba aquella mujer con tener un hijo, que accedió a que su marido yaciera con la esclava para después arrebatarle la criatura… Ambas interpretaciones caben en el texto. Pero, puesto que no nos es dado entrar en el misterio de la conciencia, aceptemos la más benévola, y entendamos que esta historia da comienzo de un modo generoso y heroico.

“Él se llegó a Hagar, y ella concibió. Y, al verse encinta, le perdió el respeto a su señora.” Pronto hacen su entrada en escena las pasiones. Los gestos más nobles de los hombres suscitan la envidia del Maligno, presto siempre a aventar el estercolero que el hombre viejo deposita en cada alma. La esclava se siente señora, la sierva se torna dueña. Suyo es el hijo de Abrán, y suyo es el propio Abrán después de haberse unido a él. Quien hasta entonces era su señora se ha convertido ahora en su rival, en la ladrona que pretende reclamar derechos sobre su hombre y sobre el fruto de su vientre. Ha cedido a las insinuaciones del Satán, y la desgracia está servida.

“Saray la maltrató, y ella se escapó. También Sara, que con aquel generoso gesto había dado comienzo a una hermosa historia, se ha doblegado ante lo más bajo de sí misma. Ya no piensa en su marido, ni siente compasión por el pequeño que ha sido engendrado. Tan sólo tiene ojos para su resentimiento; una extraña está usurpando su terreno, y ella está dispuesta a defenderlo, aún a costa de pisar lo más sagrado. La vida del niño ha dejado de importar. Y lo que comenzó siendo, quizás, una obra de Dios se ha convertido en un sacrílego saqueo: Satanás ha entrado en la tienda de Abrán.

No bastan los buenos comienzos. Quien piensa que el primer “sí” le pone a salvo de toda tentación es un ingenuo y un idiota. El “sí” del hombre a Dios cae siempre como una pedrada en el Infierno, y pone el pie de guerra a los ejércitos del mal. Quien dice “sí” debe estar en guardia permanente, en vigilia constante, para no permitir que el Maligno se apodere de la obra de Dios. Por eso, el “sí” de hoy debe renovarse cada mañana, cada minuto, cada segundo. La fidelidad a las grandes tareas se pone en juego en los pequeños detalles de cada día.

Frente a estas dos mujeres, hijas de Eva, que obedeciendo a sus pasiones permitieron la entrada del Maligno en la tienda del elegido, traeré hoy a María. A Ella le arrebataron, verdaderamente, cruelmente, al Amor de su vida: y Ella abrazó, perdonó, y adoptó como hijos a quienes hemos sido los verdugos de su Amado. El Maligno ha sido derrotado en una Virgen.