A la pregunta de los fariseos sobre el ayuno, en línea con la fiscalización a que eran sometidos los discípulos de Jesús, el Señor responde hablando de paños y de odres, pero antes habla del esposo.
Ciertamente, si el ayuno tiende a hacernos más conscientes y disponibles para la relación con Dios, tanto para aceptar su don como para corresponder a él, las palabras del Señor tienen un sentido claro. Los apóstoles están junto a Cristo y es a su lado que van configurando su vida, conociendo el misterio de su ser, y viendo como su misma existencia va siendo transfigurada por la gracia. No hay una distancia que lleve a un ayuno por la percepción de un alejamiento. La situación es otra.
De ahí el ejemplo de los paños y los odres. Lo viejo se conjuga con lo viejo, al contrario de lo nuevo. No se puede mezclar. Los fariseos hablan desde la antigua ley y he aquí que ha irrumpido la nueva. Lo de ellos es ceremonial y dispositivo, pero lo que llega, con la efusión del Espíritu santo implica un radical novedad. No destruye lo antiguo sino que lo lleva a su plenitud pero, al mismo tiempo supone algo nuevo: el hombre va a ser regenerado por la gracia. Jesús ha acortado la distancia.
El cristiano es un hombre nuevo. La gracia, que recibimos con el bautismo, nos hace hijos de Dios y por lo tanto nos constituye en una relación totalmente nueva para con él. Las normas dejan de ser algo exterior. El comportamiento cristiano es manifestación del amor de Dios que nos ha sido dado. De esa manera aparece el vino nuevo (como estaba prefigurado en Caná de Galilea), que es la vida bajo el impulso de Dios.
¿Desaparece entonces el ayuno? Para nada. El mismo Jesús, en otro momento había hablado de cómo se debía ayunar y él mismo pasó cuarenta días en el desierto absteniéndose de todo alimento. Lo que muestra a los fariseos es que el ayuno de ellos no les estaba disponiendo para recibir a Cristo. No era un ayuno auténtico porque no conducía a una conversión del corazón. Quedándose en lo exterior de la ceremonia descuidaban lo más importante. Uno escucha las palabras de Jesús y asocia en seguida la imagen de san Pablo del “hombre viejo”.
Por ello, más allá de la enseñanza concreta que encontramos en el evangelio de hoy, y de la polémica con los fariseos, es importante para nosotros mantenernos en esa novedad del evangelio. Para ello hemos de recordar que la vida siempre nos viene de Cristo y que. Como señala el evangelio de san Juan, Dios siempre nos ama primero. Para mantenernos en esa conciencia necesitamos de la oración, del ayuno, de las obras de misericordia,… para ir descubriendo la novedad constante del amor de Dios. Es Él quien realiza una obra grande en nosotros y eso, como señaló el papa Francisco, debe asombrarnos continuamente y llenarnos de alegría y de agradecimiento. Por lo mismo hemos de evitar utilizar las prácticas de piedad como un alma arrojadiza contra los demás. Todo nos ha de conducir a vivir centrados en Cristo.