Sábado 13-7-2019, XIV del Tiempo Ordinario (Mt 10, 24-33)

«Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro». Debemos pararnos muchas veces a meditar detenidamente estas palabras. Jesús encontró mucha oposición en su misión de redimir a los hombres. Sus milagros se toparon con la cerrazón de numerosos corazones. Sus palabras fueron tergiversadas frecuentemente para hacerle decir lo contrario de lo que enseñaba. Fue rechazado por casi todos los judíos, por los sabios del momento y por las principales autoridades políticas y religiosas. Le llamaron loco, endemoniado, blasfemo y mentiroso. Pasó haciendo el bien, y le pagaron con la Cruz. En el momento de la dificultad, fue abandonado por todos sus discípulos –¡todos!–, traicionado por uno de sus íntimos y negado por otro. Pobre vino al mundo, y subió desnudo al madero. Ni siquiera muerto le dejaron en paz, custodiando su sepulcro con hombres armados. Si lo pensamos bien, no hay dolor o sufrimiento que no haya experimentado Cristo en su vida terrena. Ese fue su camino.

«Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!». Jesús descubre a sus apóstoles con toda claridad que su misión estará plagada de dificultades, persecuciones y contradicciones. Pero, puedes preguntarte ¿por qué tiene que ser así? Es más, ¿cuál debe ser el camino del cristiano? Ser cristiano significa, literalmente, ser “de Cristo”, convertirse en su discípulo. Por eso, el camino del cristiano no es otro que el mismo camino de Cristo. El destino del discípulo está indisolublemente unido al del maestro. La tarea del esclavo es la tarea de su amo. Hay entre ambos una identificación total: el cristiano debe seguir los pasos de Jesús. Así lo dice la Escritura: «también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas» (1 Pe 2, 21). ¿Y a dónde nos llevan las huellas de Cristo? Los pasos del Señor nos llevan a la Cruz. Por eso, el camino de todo cristiano no puede ser otro que el camino del Calvario, de la entrega de la vida hasta la muerte por amor. El camino de la Cruz, ése es tu destino y el mío.

«No les tengáis miedo». Las palabras del Señor son muy duras, y él lo sabe. Son palabras que hablan de Cruz, de sufrimiento, de entrega. Y esto nos asusta. Por eso, junto a las elevadas exigencias del cristiano, resuena en los labios de Jesús ese «no temáis». En medio de las tempestades de esta vida, nos guía como un faro la certeza de que somos hijos de Dios. Tenemos un Padre en el cielo que cuida de nosotros: «Ni un solo gorrión cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre». Además, Cristo ha prometido estar siempre con nosotros: «Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo». Esta es nuestra certeza alegre y segura. Nada ni nadie puede separarnos del amor de Cristo. Dice el Papa Francisco con una intuición muy aguda: «En las Sagradas Escrituras encontramos 365 veces la expresión “no temas”, con todas sus variaciones. Como si quisiera decir que todos los días del año el Señor nos quiere libres del temor».