Comentario Pastoral

LA ORACIÓN PERSEVERANTE

El tema de la oración vuelve a tomar fuerza y actualidad en este domingo. Es conmovedor el diálogo que sostiene Abrahán con Dios para tratar de lograr el perdón de Sodoma, la ciudad impura. La palabra diálogo es clave para entender el significado y las exigencias de la plegaria cristiana. Ciertamente, si la oración no fuera más que un monólogo del hombre consigo mismo, no sería preciso orar. Pero la plegaria auténtica es un diálogo que se realiza en presencia consciente delante de Dios. Este diálogo surge desde la fe, la pobreza, la reflexión, el silencio y la renuncia del hombre.

Cuando se ora de verdad se sale de uno mismo para abandonarse en Dios con ánimo generoso, con simplicidad inteligente, con amor sincero. Orar es pensar en Dios amándolo, expresar verdaderamente la vida. La oración es camino de comunión con Dios, que nos lleva a la comunión y el diálogo con los hombres, La oración, más que hablar, es escuchar; más que encontrar, buscar; más que descanso, lucha; más que conseguir, esperar. Rezar es estar abiertos a las sorpresas de Dios, a sus caminos y a sus pensamientos, como quien busca aquello que no tiene y lo necesita. Así, la oración aparece como regalo, como misterio, como gracia.

En el Evangelio, la parábola del amigo inoportuno nos recuerda que Dios se deja siempre conmover por una oración perseverante. Por eso la tradición orante de la Iglesia es una tradición de peticiones y súplicas, que manifiesta la actitud de abrirse confiadamente a la presencia, el consuelo, el apoyo y la seguridad que solamente pueden venir de Dios. Siempre la petición ha de estar unida a la alabanza y a la profesión de fe y amor en la esperanza.

Hoy se nos propone una espléndida catequesis sobre la oración. La plegaria es el alma de la existencia histórica de Jesús y de los cristianos; debe ser constante, espontánea, sincera, personal como la de Abrahán y la del amigo inoportuno. La oración es contemplación de Dios, abandono místico, experiencia de lo infinito; debe estar liberada de sentimentalismos y de monotonía. La oración cristiana supone siempre la escuela de la Palabra. Todos los modelos de oración quedan sublimados por el que nos dejó Cristo en el Padrenuestro.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Génesis 18, 20-32 Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8
san Pablo a los Colosenses 2, 12-14 san Lucas 11, 1-13

 

de la Palabra a la Vida

Todo aquel a quien Dios llama, aquel en que Dios se confía, recibe, junto con su llamada concreta, una labor de mediación muy importante en el mundo en que vivimos. La Sagrada Escritura está llena de personajes que son llamados a una tarea concreta, difícil, misteriosa. En todos esos personajes crece, de añadido, una llamada a mediar, a hablar con el pueblo y a volverse a Dios, a desear el bien de su pueblo ofreciéndole la voluntad de Dios. Nuestro mundo requiere mediaciones, pero mediar es un arte que se trabaja creciendo en santidad, pues santo es nuestro mediador.

Es así desde Abraham: su familiaridad hacia el Señor, la relación entrañable entre el patriarca y Dios hacen de la escena casi una conversación íntima que nos es descubierta. La decisión de Dios y la intercesión de Abraham, sereno, humilde, sabio. En él encontramos actitudes que nos parecen más propias de Dios, que Dios le ha dado para que lleve a cabo su misión. Por el contrario, Dios parece tener que aprender de la paciencia de Abraham. De forma magistral, el Génesis se sirve de Dios y del hombre para mostrar todos los atributos divinos, aquellos que Dios ofrece.

Esa sabia y paciente perseverancia de Abraham la encontramos en el evangelio en el amigo inoportuno de la parábola. Recibirá los tres panes, sabe bien el amigo que los recibirá, por su insistencia, no caprichosa sino confiada. Los recibirá también porque conoce sin duda la bondad del amigo al que llama, la generosidad del que parece -sólo parece- dormir y no querer saber nada del que pide.

La Iglesia ha aprendido a ser así ante su Señor. Así es como el Señor la ha enseñado a ser y actuar. Por eso, se apropia de las palabras del salmo en las que dibuja su actitud: «Cuando te invoqué me escuchaste, acreciste el valor de mi alma». ¿Quién, quién ha invocado al Señor y ha sido escuchado? ¿Quién le ha llamado, inoportunamente, en la noche, desde el sepulcro, para bien de los amigos? ¿Quién ha tratado de convencerlo para salvación de los pecadores, como aquellos de Sodoma? En los tres casos, la respuesta es Jesucristo. Las cualidades para ser mediador, para ser negociador de Abraham, con Dios, no son más que un anuncio de ese gran negociador, excelso intermediario, que es Jesús. Él ha obtenido perdón y gloria, vida y alimento para bien de los suyos.

No es que Dios Padre no quisiera concederlo, el Hijo no ha tenido que arrancar el perdón y la vida al Padre, que no quería darlo: el Hijo ha mostrado, como hombre, el deseo y el plan del Padre, Dios eterno. Dios suscita en el corazón de los hombres los buenos deseos, los sentimientos de amor, que hay eternamente en Él, para que veamos que en la comunión con Dios, este concede al hombre su inmensa voluntad de amor y salvación para nosotros. Así, la intercesión de Cristo es sublime, porque Él es Dios y hombre. La de los hombres siempre será imagen de la de Cristo.

Por eso, la comunión con Cristo es necesaria para que nuestra intercesión no sea caprichosa o equivocada, sino siempre según el Mediador, Cristo Jesús. La liturgia de la Iglesia se convierte aquí, una vez más, en madre y maestra para sus hijos. ¿Qué pide la Iglesia en la liturgia? ¿Qué pedimos cuando celebramos la misa, cuando escuchamos una Plegaria Eucarística, en Laudes o en Vísperas? Es la Iglesia la que quiere enseñar a sus hijos, la que quiere imitar a Dios que pone en nosotros los deseos de la intercesión, enseñando qué pedir, por qué bien interceder. No basta la buena voluntad, pues la Palabra de Dios nos enseña hoy que la comunión es necesaria. Es esa intimidad con el Señor la que nos revelará cómo dirigirnos a Dios. Cuando el creyente vive en comunión con Dios, entonces adquiere todo su sentido el consejo del Señor: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá».

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de la espiritualidad litúrgica

En la perspectiva del camino de la Iglesia en el tiempo, la referencia a la resurrección de Cristo y el ritmo semanal de esta solemne conmemoración ayudan a recordar el carácter peregrino y la dimensión escatológica del Pueblo de Dios. En efecto, de domingo en domingo, la Iglesia se encamina hacia el último «día del Señor», el domingo que no tiene fin. En realidad, la espera de la venida de Cristo forma parte del misterio mismo de la Iglesia y se hace visible en cada celebración eucarística. Pero el día del Señor, al recordar de manera concreta la gloria de Cristo resucitado, evoca también con mayor intensidad la gloria futura de su «retorno». Esto hace del domingo día en el que la Iglesia, manifestando más claramente su carácter «esponsal», anticipa de algún modo la realidad escatológica de la Jerusalén celestial. Al reunir a sus hijos en la asamblea eucarística y educarlos para la espera del «divino Esposo», la Iglesia hace como un «ejercicio del deseo», en el que prueba el gozo de los nuevos cielos y de la nueva tierra, cuando la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajará del cielo, junto a Dios, «engalanada como una novia ataviada para su esposo» (Ap 21,2).


(Dies Domini 37, Juan Pablo II)

Para la Semana

Lunes 29:
Santa Marta. Memoria.

Ex 32,15-24.30-34. Este pueblo ha cometido un pecado gravísimo haciéndose dioses de oro.

Sal 105. Dad gracias al Señor porque es bueno.

Jn 11,19-27. Creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
o bien:
Lc 10,38-42. Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas
Martes 30:

Ex 33,7-11;34,5b-9.28. El Señor hablaba con Moisés cara a cara.

Sal 102. El Señor es compasivo y misericordioso.

Mt 13,36-43. Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos.
Miércoles 31:
San Ignacio de Loyola, presbítero. Memoria

Ex 34,29-35. Vieron a Moisés la piel de la cara y no se atrevieron a acercarse a él.

Sal 98. ¡Santo eres, Señor, nuestro Dios!

Mt 13,44-46. Vende todo lo que tiene y compra el campo.
Jueves 1:
San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor. Memoria.

Ex 40,16-21.34-38. La nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor la llenó.

Sal 83. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo!

Mt 13,47-53. Reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Viernes 2:

Lev 23,1.4-11.15-16.27.34b-37. En las festividades del Señor convocaréis asamblea litúrgica.

Sal 80. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Mt 13,54-58. ¿No es el hijo del carpintero? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?
Sábado 3:

Lev 25,1.8-17. El año jubilar cada uno recobrará su propiedad.

Sal 66. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

Mt 14,1-12. Herodes mandó decapitar a Juan, y sus discípulos fueron a contárselo a Jesús.