Me llama profundamente la atención el contraste aparente entre las lecturas que la Iglesia nos propone este domingo porque nos desafía y obliga a estar bien atentos para sacarle todo el jugo. En primer lugar nos encontramos con el profeta Habacuc que se encuentra desesperado, nos parece oír sus desgarradores lamentos en nuestros hermanos que sufren hoy, son las desgarradoras palabras de los que se asoman a ese abismo insondable, ese misterio desconcertante que es el mal en el mundo… leyéndolo venían a mi cabeza las palabras del Papa Benedicto XVI en Auschwitz, decía así el comienzo de su discurso:
«Tomar la palabra en este lugar de horror, de acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón en la historia, es casi imposible; y es particularmente difícil y deprimente para un cristiano, para un Papa que proviene de Alemania. En un lugar como este se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?»
Cierto el horros que nos produce el mal en el mundo nos hace incluso dudar del Dios, sin embargo en las mimas palabras del profeta está presente la promesa de la victoria. El Bien prevalecerá. Pero ¿cómo encaja esto con la propuesta del relato de Lucas?. En primer lugar se nos ofrece la imagen del grano de mostaza, parecería que después de la angustia en la que nos asomamos con Habacuc el texto nos reprende, y todavía más desconcertante es la segunda parte y la comparación con el siervo. Dios nos responde con lo evidente a sus ojos, lo que más nos cuesta ver a nosotros, Dios no está respondiendo que la Victoria del Bien es definitiva, Dios nos invita a confiar en sus promesas, pero esa Victoria y esas promesas no son como a nosotros nos gustaría, la victoria de Dios se da en lo cotidiano del amor anónimo.
Tengo grabado a fuego en mi recuerdo aquella monja verdruna que dándonos catequesis nos habla de un joven santo, San Luis Gonzaga creo recordar, al que haciendo el noviciado el maestro (benditos maestros de novicios) le había preguntado, como al resto de sus compañeros qué harían si se les anunciase el fin del mundo y la legada del juicio, las respuestas de los novicios oscilaban entre los piadosos que correrían a la capilla para confesar sus pecados a los más familiares que irían a despedirse de sus madre, sin embargo Luis no respondió, y ante la insistencia del maestro le respondió, seguiría haciendo lo que tengo que hacer, si estoy en coro, rezar, si estoy en el recreo, divertirme, si en el estudio, estudiar… Y es que la cotidianidad es la única custodia del amor. Cuantas veces nos desesperamos por realidades irresolubles, gastamos tiempo y paciencia en problemas que no nos dejan vivir… y la receta de la victoria del bien no es otra que el bien-hacer.
Me gustaría acabar esta breve reflexión con unos versos de Pemán, versos que él pone en labios de San Ignacio y que intentan amansar las ansias de éxito de Francisco Javier, aquel divino impaciente del que tanto tenemos que aprender, para mantenernos, como le dice en la segunda lectura Pablo a Tito, dando testimonio de nuestra fe:
«Javier
no hay virtud más eminente
que el hacer sencillamente
lo que tenemos que hacer.
Cuando es simple la intención
no nos asombran las cosas
ni en su mayor perfección.
El encanto de las rosas
es que siendo tan hermosas
no conocen lo que son…».
Feliz domingo, y que el Señor os conceda la inconsciencia de la rosas.
El evangelio de hoy nos abre un gran camino y Lucas nos hace reflexionar las palabras de Jesús: La reconciliación entre los hermanos es posible, porque la fe consigue realizar lo que parecía imposible. Sin el eje central de la fe, la relación rota no se recompone y la comunidad que Jesús desea no se realiza. Nuestra fe debe llevarnos al punto de ser capaces de arrancar de dentro de nosotros la montaña de prejuicios y lanzarlos al mar.
Bien hacer!!!
Donde me encuentre hacer lo que me toca y hacerlo bien para Gloria de Dios!!!
Muchas gracias Padre. Toda la semana sus comentarios me colmaron de ánimo, esperanza y paz. Dios lo bendiga siempre!!!
A tenor de las palabras del comentario y de Rafael, hoy en la misa dominical, he pensado… “si viniera más gente a la eucaristía y escuchara con atención, habría muchos menos problemas”. Y es que veo a mi alrededor en mi entorno más cercano multitud de familias enfrentadas, problemas de matrimonios que hacen imposible la convivencia, enfrentamientos entre amigos… todo con orgullos y egoísmos que no cuentan con una referencia que los acalle, que encierran a la persona en sí misma. No son pocas las veces que he entrado a la iglesia encerrado en mi pecado, a veces casi sin verlo y he salido con un ego menos hinchado y más humilde. Y es que el pecado nos ciega, y sin él vemos con claridad. Y las palabras de amor de Jesús verdaderamente sanan, son palabras de perdón, de verdad, de amor a pesar de todo. El mensaje del evangelio, la fe y a través de la fe la gracia, son los únicos capaces de resolver las discordias entre los hombres. Porque nos hablan del amor infinito de Dios, nos dicen el camino, nos limpian el corazón. Tenemos que confiarnos a Jesús y atrevernos a seguirle.