Hoy, al igual que el jueves, la carta a los Romanos nos sumerge en el mundo de la justificación por la fe. Una frase que, si no se entiende desde la globalidad de la Escritura y frases como «la fe sin obras está muerta» (St. 2, 17), puede derivarnos, paradójicamente, en una pérdida de la verdadera fe en Jesús, que nos llama a poner toda nuestra vida en juego con esa «determinada determinación» de la que hablaba santa Teresa.

Pero, para para vivir de esa fe recia, tenemos que querer conocerle, entrar en diálogo con Él aunque el hecho de conocerle bien suponga aceptar su voluntad como norma y esto nos dé miedo, pues implica subirse a la cruz y bajarse del ego. Pero es que al Señor sólo le conocemos realmente cuando nos identificamos con su voluntad. Jesús quiere que le conozcamos, que estemos de acuerdo con su amor, que creamos en Él. Por eso se hizo hombre, por eso se puso en camino hacia nosotros y nos pide que vayamos a su encuentro en la oración. Esa debe ser nuestra confianza: que el Señor es el primero que nos anhela; anhela nuestra humilde respuesta de fe y que ésta sea no ya simplemente con el anhelo de la inteligencia, sino con el anhelo del corazón.

Blaise Pascal dijo aquello de que el corazón tiene razones «que la razón no entiende”. Jesús quiere nuestra razón y mucho más: lo quiere todo. Y aquí nos jugamos la felicidad: Decía Guardini: «Cuantas veces digamos sinceramente al Señor: «Quiero lo que Tú quieras», se abrirá el camino para la alegría de Dios. Y cuando nuestro querer más íntimo se vuelve sincera y constantemente a Dios, seremos alegres pase lo que pase. Incluso tras el pecado, pues cuando uno se vuelve a Dios, aparece su grandeza y el arrepentimiento por nuestras faltas, a lo cual sigue, casi siempre, la convicción íntima de no poder vivir sin Dios, aunque uno se halle alejado de Él. Y por eso volvemos a Él». ¡Precioso!

En este punto hay que alertar de un error común: se dice que la oración y la vida de piedad tienen que brotar casi de modo espontáneo y que, por eso, no es algo obligatorio. Pero es un error: ¿Acaso alguien puede vivir sólo a partir de lo que le brote de dentro? NO, precisamos el orden y la ejercitación para vivir y, sobre todo, para amar. Dicho de otro modo: la fe, sin obras, no es tal. Por eso el Señor advierte: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Hoy le pedimos al Señor el don de una fe recia y firme que nos lleve a ponerle a Él en el centro de todas nuestras actividades.