Le pregunto a una chica que ha tenido problemas severos de conducta alimentaria ya superados, qué consejos daría a una paciente que reincide y reincide, y no sale del atolladero de lo suyo. Me dice que en el fondo es bien fácil, la verdad es que me sorprendo de una respuesta tan contundente, y añade: tiene que tomar la decisión seria de curarse, esa es la clave, poner la voluntad en el corazón de la decisión y saber que durante un tiempo lo pasará mal, pero al final le espera una salida. Un joven con cara de col mustia me cuenta hoy que ha tenido seis horas seguidas de clase, ¿seis horas?, le digo, ¿sin descanso?, me dice que sí con la cabeza, porque no tiene ni fuerzas para hablar. Quiere ser ingeniero de caminos y el esfuerzo por hacer su itinerario ha empezado fuerte.

Leo la biografía del compositor Gustav Mahler, su vida son horas puestas a disposición de una inspiración que no bajaba del templo de las musas, sino de la repetición permanente de una fórmula de ensayo y error, del papel pautado machacado de tachones y trabajo. Todos los apasionados buscan la puerta estrecha. El empeño cristiano es empeño amoroso que va tras el rastro que Cristo nos deja a diario. Que fácil es atravesar una puerta grande, no hace falta tomar ninguna decisión ni darse al esfuerzo. Para cruzar una puerta grande, como la de una plaza mayor de pueblo, no hace falta nada más que te empujen un poquito y ya la has cruzado, y ni te has enterado si estás dentro o fuera.

Pero la puerta estrecha es la atractiva, porque me requiere, pide mi alma. No es lo mismo acordarse súbitamente de Dios una mañana de otoño en mitad del tráfico, que irse a visitarlo a una capilla, donde mora como anfitrión, porque en todo sagrario hay un anfitrión del vínculo. Cruzar la puerta estrecha es poner la voluntad en el corazón de la decisión, como me decía aquella chica. Y vas y le sigues, y como un Laocoonte moderno te quitas de encima las serpientes gigantes de las mil tentaciones que quieren arrastrarte a lo fácil. Pero la buena noticia es que hay más alegría en cruzar la puerta estrecha que en franquear miles de puertas que no llevan a ninguna parte. Reconozcamos que nos asusta el prejuicio de que la puerta estrecha es una calamidad, una prueba mandada por Dios que exige una moral de superhéroes. Es mentira, la puerta estrecha es atractiva al corazón humano, porque hemos nacido para poner a prueba nuestro corazón, aunque nos exija la vida.

No guardarse de la presencia de los demás, saber escuchar detenidamente, dar tiempo a Dios en la oración, no escatimar compromisos, vigilar el orgullo, no padecer por perder las facultades que se tuvieron, reírse de la propia debilidad, amar a quien me prometió amor eterno con el humor del niño que disfruta, dar gracias a Dios por las nimiedades inadvertidas… todo eso es franquear la puerta estrecha, lo demás es pura inconsciencia.