VIERNES 15 DE NOVIEMBRE DE 2019

RENUNCIAR PARA ENCONTRAR (Lucas 17, 26-37)

Explica el Papa Francisco que “Jesús no quiere engañar a nadie (…) Seguir a Jesús no significa participar en un cortejo triunfal. Significa compartir su amor misericordioso, entrar en su gran obra de misericordia por cada hombre y por todos los hombres. La obra de Jesús es precisamente una obra de misericordia, de perdón, de amor. ¡Es tan misericordioso Jesús! Y este perdón universal, esta misericordia, pasa a través de la cruz. Pero Jesús no quiere realizar esta obra solo: quiere implicarnos también a nosotros en la misión que el Padre le ha confiado (…) El discípulo de Jesús renuncia a todos los bienes porque ha encontrado en Él el Bien más grande, en el que cualquier bien recibe su pleno valor y significado: los vínculos familiares, las demás relaciones, el trabajo, los bienes culturales y económicos, y así sucesivamente. El cristiano se desprende de todo y reencuentra todo en la lógica del Evangelio, la lógica del amor y del servicio (…) Existe una guerra más profunda que todos debemos combatir. Es la decisión fuerte y valiente de renunciar al mal y a sus seducciones y elegir el bien, dispuestos a pagar en persona”.

No otro es el combate que Jesús nos pide que libremos en el Evangelio de hoy, cuando nos dice: “El que pretenda guardarse su vida la perderá, y el que la pierda la recobrará”.

Uno de nuestros mejores escritores contemporáneos, José María Pemán, en su obra de teatro “El Divino Impaciente”, nos relató poéticamente como en la Universidad de París el viejo y cojo estudiante de latín, Ignacio de Loyola, persuade al joven, rico y apuesto Francisco Javier, a escuchar esta sentencia de Jesús, y lo que le dice al final del relato se me antoja como la explicación más bella de esta misma sentencia:

  • Ignacio: El dolor de tu alma ardiente, Javier: me da pena verla arder sin que dé luz ni calor. Eres arroyo baldío que, por la peña desierta, va desatado y bravío. ¡Mientras se despeña el río se está secando la huerta!
  • Javier: No vive, Ignacio, infecundo quien busca fama.
  • Ignacio: ¡Qué abismo disimulado y profundo! ¡Qué importa ganar el mundo si te pierdes a ti mismo?
  • Javier: ¿Me quieres, pues, apartado de todo? ¿Pides, quizás, que deje hacienda y estado?… Me pides demasiado….
  • Ignacio: ¡Yo te ofrezco mucho más! Cuando el aplauso te aclama, ya piensas que estás llegando a tu más alto destino. ¿No ves que el tuyo es divino y que así te estás quedando a la mitad del camino!