La Iglesia nos recuerda la realeza de Jesucristo …pero nos habla de humillación. Quisiéramos ver a un soberano poderoso y nos encontramos ante un condenado a muerte que comparte el patíbulo con dos malhechores.

Cristo ha querido vincular su reinado a la Cruz. Jesús ha vencido a todos los poderes de este mundo, incluyendo la muerte y el pecado, y ofrece la Cruz como el trono al que hay que acercarse para participar de su reino.

La actitud del ladrón arrepentido así nos los muestra. Confiesa sus pecados y pide entrar en el reino. Jesús, desde la Cruz, le concede lo que pide. Aquel hombre ha depositado su confianza en el lugar oportuno. No se ha dejado engañar por las apariencias, sino que ha descubierto, en medio del cruel tormento, la verdadera naturaleza de Jesucristo.

Jesucristo es Rey de toda la Creación y sería deseable que, como tal, fuera reconocido por todos; también a nivel social. El mundo iría mejor si todos los hombres reconociéramos la soberanía de Jesucristo y deseáramos, en todo, obedecerle. Lo cierto es que eso no sucede y el cristiano, deseoso de servir a Jesús, se encuentra con la Cruz. Ello puede causar extrañeza. Pero los enemigos de Jesucristo y de su reinado son vencidos en el leño sagrado. De ahí que, en esta fiesta, que corona el año litúrgico, seamos conducidos a mirar la Cruz.

Por tanto, la realeza de Jesucristo no debe entenderse de manera metafórica. Es verdaderamente Rey y nos quiere de su lado. Confesamos nuestro deseo de que sea reconocido por todos. Como el buen ladrón, nos damos cuenta y rechazamos nuestra vida de pecado y, al mismo tiempo, nos ponemos en manos de quien sabemos nos ama y lo puede todo.

La Cruz marca ese camino que muchos no quieren seguir porque no tiene el atractivo del éxito. Por eso, miramos a María, la madre de Jesús … Ella, junto a la Cruz, nos muestra la gracia para descubrir, bajo la tosca apariencia de ese madero, las riquezas infinitas y eternas que esconde.