Esto de “Convertíos y creed en el Evangelio” es una frase del Señor que se ha vuelto inofensiva de tanto repetírnosla. Qué lastima que el punto neurálgico de la predicación del Señor se nos disuelva en las manos. Esto pasa porque vivimos la Palabra de Dios como un mero “contenido para recordar”. Usamos con la frase revelada el mismo procedimiento del colegio, donde aprendíamos los ríos de España y el nombre de las Canarias para que, con su repetición, aseguráramos su fijación. Si trasladamos este ejercicio de aprendizaje a la Palabra de Dios la liamos, es un traspaso inadecuado. La Palabra de Dios está llena de Vida, ésta es la incalculable novedad. Se nos escapa porque en cuanto la oímos nos acordamos de que ya nos la sabemos y no nos preparamos para el encuentro con el Dios-huésped que viene para ponernos fuego en el corazón. La Palabra de Dios, dice la Escritura, «descorteza los cedros del Líbano», es poderosa por creativa y constructora de bienes. Así ocurrió en el origen, Dios dijo «¡hágase!» y vinieron al ser los planetas, los dinosaurios y toda la pléyade de criaturas nacidas de sus manos. “La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnifica”, y nosotros en misa le prestamos la media atención de un anuncio de la tele.

Y oír la Palabra de Dios como novedad que genera en mí la presencia del huésped divino, me ubica de cara a los demás. Nos volvemos a veces bastante obscenos en nuestra escucha del prójimo, a éste como es tartamudo le presto mi indiferencia y me vuelvo a mis pensamientos mientras me habla. Hemos claudicado ante la biografía ajena, de la que Dios tanto se enamora. La palabra del enfermo, de cualquier necesitado, requiere que alguien le preste toda la atención, como a la Palabra de Dios en el Evangelio. Hoy que el Papa Francisco nos llama para una nueva Evangelización en un mundo extraño a la Encarnación de Dios, deberíamos ponernos en posición de escucha atenta a ese mismo mundo. No se puede evangelizar a un pueblo que antes no se ha escuchado. Así pasó en el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús, “¿de qué ibais hablando por el camino?”. Dice Pablo D’Ors que evangelizar consiste en interesarse en las historias ajenas , «pero interesarse verdaderamente y sin anhelar que el relato de esas historias termine pronto para poder enlazarlo con la verdadera buena Noticia”.

Qué atentos deberíamos estar los domingos en misa a la lectura de la Palabra de Dios. Por eso las Iglesia nos propone ponernos en pie ante el Evangelio, para cambiar de una posición cómoda a una vigilante. Ocurre de la misma manera en las cenas de amigos. El otro día me invitó una familia a una velada en la que charlamos mucho. Notaba en ellos que estaban especialmente activos en la conversación, habían dejado a un lado los móviles, todos se prestaban atención y procuraban dar lo mejor de sí. Quizá si yo no hubiera estado en esa cena, habrían vuelto a la ley de la gravedad de lo cotidiano, en la que la atención parece menos necesaria y se da por sentado que todos se quieren. Siempre una presencia ajena provoca un movimiento de esmero que debería ser moneda común del día a día.

No sólo somos siervos de Dios que se someten a su Palabra, sino amigos, como dice el profeta Isaías, “es poco que seas mi siervo, te hago luz de las naciones”. Como para no estar atentos hoy para recibir el mensaje de conversión de los labios del Señor con un corazón ardiente.