Nos dice la carta a los Hebreos: “Que todos respeten el matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a los impuros y adúlteros Dios los juzgará.” (…)

Curiosamente, muchos de los que hablan del matrimonio y la familia, quieren legislar sobre ellos quienes que no lo usan, ni lo entienden ni lo respetan. ¿No deberían dejar estos asuntos a los matrimonios que llevan más de cuarenta años de fidelidad, de dificultades y de alegrías y han renunciado a mucho por sacar a sus hijos adelante?

La Iglesia, desde sus comienzos, está formada principalmente por matrimonios y familias que han vivido heroicamente su fe y su entrega.

¿Cómo quieren tener una voz autorizada sobre la familia a los que les da igual el matrimonio que “la pareja” …? ¿Cómo quieren entender a la Iglesia los que se pasan más tiempo en el cuarto de baño que ante el sagrario? …

Herodes sabía que había hecho mal y, por eso, al oír hablar de Jesús temía: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado”. Así, los que quieren “organizar” a la familia y a la Iglesia saben que no hacen bien, pero no les gusta que les recuerden (como hizo Juan el Bautista con Herodes), que “no es lícito tener la mujer de su hermano” o que les digan que no se puede hacer del sexo el paradigma de la felicidad, o que sólo actuamos por instintos en beneficio personal.

Los que quieren acallar y ridiculizar a aquellos que les recuerde la verdad, no podrán acallar al Espíritu Santo.

Vamos a pedirle a la Virgen que sepamos dar a conocer a los que saben vivir siendo ejemplares en su vida, sin importarles lo que otros puedan pensar.