Jueves 20-2-2020, VI del Tiempo Ordinario (Mc 8,27-33)

“Jesús preguntó a sus discípulos: ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’.” Esta es la pregunta definitiva de nuestra vida. Con ella nos lo jugamos todo. ¿Quién es Jesús? Este interrogante tiene algo de eterno, de definitivo, de absoluto. Nuestra vida entera depende de la respuesta que demos. Y, sin embargo, hay tantas respuestas… “Unos dicen que Juan Bautista; otros, Elías; y, otros, uno de los profetas”. Quizás, tú y yo no hemos escuchado estas respuestas. Pero, en nuestros días encontraríamos muchas otras: un hombre que no existió, un farsante, un invento de la Iglesia oficial, uno de los más grandes sabios de la humanidad, un moralista liberal que criticaba la Ley, un revolucionario que luchaba contra el poder establecido, un judío marginal, un gran influencer que movía masas… ¡Cuántas respuestas para la pregunta más importante de nuestra vida! En los libros, en películas o series, en la televisión, incluso en musicales, cada uno da una visión distinta de Jesús. Tantos, y todos contradictorios. ¿Cómo sabemos quién es de verdad Jesús? ¿Cómo podremos contemplar su verdadero rostro, a pesar del paso de los siglos? ¿Dónde está el verdadero Jesús?

“Pedro le contestó: ‘Tú eres el Mesías’.” En medio de tanto desconcierto, hay uno que confiesa a Cristo con verdad y sin error. Y ese es Pedro. Todos los demás dudan, están confusos, no son capaces de expresar sus vagos y ambiguos pensamientos. Pero hay uno que proclama la verdad, porque no lo hace por propia iniciativa, sino movido por el Espíritu Santo. Esta confesión de fe de Pedro es la piedra sobre la que se edifica la Iglesia. Si queremos conocer a Cristo, debemos buscarlo en la Iglesia. No lo encontraremos en otro lugar. Ella nos ha transmitido las sagradas Escrituras, en especial los Evangelios; ella ha predicado sin cesar a lo largo de los siglos a Cristo crucificado; ella nos ha entregado el Credo y las verdades de fe; ella ha confesado a Cristo incluso con la sangre de tantos miles y miles de mártires. Y, como dice san Ambrosio: ubi Petrus, ibi Ecclesia. Es decir, donde está Pedro, ahí está la Iglesia. Esta confesión de Pedro es la confesión de fe de la Iglesia de todos los tiempos. Por eso, los sucesores de Pedro han mantenido siempre y sin error la verdadera fe. El Magisterio de los Papas es la verdadera, auténtica y única garantía de que profesamos la fe verdadera. Si estamos unidos a la Iglesia, al Papa, permaneceremos unidos a Cristo. Porque solo aquí encontramos su verdadero rostro.

“Increpó a Pedro: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!’.” En el Evangelio de Marcos, Jesús menciona únicamente en tres ocasiones el nombre del antiguo enemigo. Y solo una vez lo aplica a una persona: a Pedro. A nadie más llama nunca “Satanás”. Este pasaje es impresionante. Pedro pasa de confesar la fe verdadera a ser el portavoz del padre de la mentira. Cuando habla el Espíritu, proclama la verdad de Cristo; cuando habla la carne, niega su misterio de Cruz y Resurrección. A Pedro, como a todos nosotros, le escandaliza un Mesías que “tiene que padecer mucho, ser condenado, ser ejecutado”. Por eso, podemos aprender del príncipe de los apóstoles que ante Cristo no podemos hablar según nuestras categorías humanas, sino sólo desde la fe. Sólo por la fe, la fe de la Iglesia, la fe del Papa, la fe de Pedro, podremos conocer de verdad quién es Jesús.