Estamos en mitad de nuestro camino hacia la Pascua que es el misterio central de nuestra fe. Subimos a Jerusalén para revivir y celebrar la pasión, muerte y resurrección del Señor, el acontecimiento que cambió el signo de la historia porque desde entonces es historia de salvación en sentido pleno. Pero si la pascua de Jesús, que es su paso de este mundo a la casa del Padre, tiene valor salvífico y redentor para nosotros es precisamente porque Jesús además de ser verdadero Dios, es verdadero hombre y, como tal, como todo hombre, ha querido tener raíces, un pueblo, una tradición, una historia… en definitiva, una familia. Es esto lo que nos narra a modo de profecía la primera lectura de hoy en la que hemos escuchado lo que hace Dios cuando el rey David se propone construir un templo al Señor. Dios le promete un descendiente que consolidará su reino para siempre. “El señor Dios le dará el trono de David, su padre”. Ciertamente en esta historia, José es el eslabón que introduce a Jesús no como un extraño, como un meteorito o un cuerpo sideral, sino al contrario:  Pasando por uno de tantos, como un hombre cualquiera. Este es el gran servicio que San José presta al designio de Dios: ser el padre del Redentor. ¡Cómo resuena hoy por grande, y por bella la palabra padre! ¡Qué evocador y qué profundo el significado de esa palabra en los labios de Jesús! ¡Abba! (papá). O, dicho de otra manera, mirándolo desde otro punto de vista: ¡qué responsabilidad, qué peso tan grande, qué asunto tan grave, que tu hijo Jesús te llame igual a ti que a Dios; que use la misma palabra: “papá”.

Hoy en casi todas las familias se celebra con mayor o menor entusiasmo “el día del padre”. Pues bien, en este momento de la historia, no está en absoluto nada de más, realzar la importancia del “san José nuestro de cada casa”. Quizás sea este un buen momento para reflexionar sobre la preciosa misión del padre en la familia creyente, en la familia cristiana. Un ejemplo muy obvio:  estos días de #yo me quedo en casa coronavirus, están despertando en nosotros una conciencia enorme de la responsabilidad y de la capacidad que tenemos los humanos para hacer grandes cosas, incluso en situaciones límite como la que estamos viviendo. ¡Qué orgullosos, y utilizo la palabra orgullo con toda la intención, nos podemos sentir al ver a tantos padres de familia viviendo de una manera tal que se convierten, en medio de su casa, en la roca firme que da estabilidad y seguridad a todo el hogar! Podría decir tantos nombres: Pedro, Jorge, Manolo, Javier, Carlos, Rafa, Fernando… y así, una lista interminable de “padres coraje” que fiados de la palabra de Dios se convierten de la misma manera en los custodios de su obra. O lo que es lo mismo, fiados de su palabra se convierten en custodios de la obra de Dios. Debemos celebrar este día en un mundo donde tantas ideologías, visiones separadas de la verdadera realidad, se nos imponen desde el poder político o económico a través de los medios de comunicación social y entre otras, están aquellas que pretenden menoscabar la figura del esposo y padre. Digo que las ideologías son visiones distorsionadas de lo real, precisamente porque hoy resulta absolutamente espectacular el testimonio de tantos maridos que se desviven por sus esposas, o el ejemplo de tantos padres que lo dan todo por sus hijos. Recuerdo en este momento una historia que vi ayer en el Instagram de una amiga. Ella está en el hospital porque su niño pequeño, de un año, está malito y mientras, su marido cuida en casa a las otras tres hijas mayores. Pero la imagen más conmovedora es un brevísimo video del niño en brazos de su padre, con el siguiente comentario: “3 minutos con papá ayer de extranjis porque vino a traernos ropita, hoy no nos han dejado”. Si vierais qué carita la del bebé en los brazos de su padre… a mí solo me sale decir: gracias, David, (así se llama este padre) por ponerle imagen concreta y rostro real a San José en este 2020, año que quedará en la memoria como uno de los más dramáticos de nuestra historia.

Son “papás en tiempos de crisis”, “maridos en tiempos de zozobra” como san José. Recordemos su historia. José es el hombre de fe, el hombre creyente. Lejos de visiones excesivamente edulcoradas de la figura del santo patriarca, en los evangelios apenas se nos dice nada de su persona y no nos transmiten ni una sola de sus palabras. Hoy hemos escuchado cómo José padece en sus carnes el desconcierto, la duda, la humillación y la frustración de todos sus proyectos y sus ilusiones se desvanecen; pero como era hombre justo, bueno, recto… tomó la decisión más generosa para proteger a María, repudiarla en secreto, decisión prudente pero absolutamente devastadora para sí mismo. Si Dios no lo llega a remediar, José habría renunciado a lo que más quería: a María. Se quedó literalmente hecho polvo. Pero en esta situación de oscuridad y de profundísimo desgarro, Dios le habla, le da una orden: “no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer”, le vuelve a complicar la vida. “porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo” y, por último, cuando ya había tirado la toalla le devuelve de nuevo al combate: “tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Y ante esta situación, en esa tesitura, ¿qué hace José? Primero: no dice absolutamente nada, o sea, acoge en silencio la palabra es la palabra de Dios y actúa como Abraham, nuestro padre en la fe: Abraham se puso en camino como le había dicho el señor; y José hizo lo que le había mandado el ángel del señor. Se convierte así también para nosotros en modelo de fe, un verdadero patriarca en la misma línea de los grandes del antiguo testamento como María, su esposa, nuestra madre en el orden de la fe.

Por eso, ¡qué importante que haya padres santos para que pueda haber hijos santos! Santo es José, porque “apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, por lo cual le fue computado como justicia”. También lo es porque se fió de un Dios, de quien sabemos que es un Padre (con mayúscula) que nos quiere incondicional y gratuitamente. Es santo, por último, porque vive de la fe, intentando siempre “hacer lo que le había mandado el ángel del Señor”. Repito: ¡qué importante que haya padres santos para que pueda haber hijos santos! José ejerció como padre humano de Jesús aportando a su crecimiento corporal y espiritual lo propio de un buen padre. Precisamente eso formaba parte de su servicio al Hijo de Dios hecho hombre. Le enseñaría a leer, a jugar, a bendecir el pan de la comida, a rezar, a trabajar, a ser caritativo con los pobres… en definitiva a ser feliz y edificar su casa sobre roca. San José se convirtió desde entonces en el modelo de los padres.

Pidamos al Señor por los “Sanjosé nuestros de cada casa”, para que nos los de hoy. Y así nuestros niños puedan crecer con la mirada puesta en lo alto donde está Dios Padre, su Padre del cielo.