Cuando todo parecía tan ordinario que ninguna novedad se podía avecinar, el Verbo de Dios se hizo carne en una adolescente. Esto significa que Dios se comprometió con el hombre de forma inaudita. Dios entra en la casa del ser humano para quedarse, eso celebramos hoy. No se disfraza de hombre, se hace hombre; no aparenta lo humano, toma posesión. Claro, en el año del coronavirus, cuando nuestras preocupaciones parece que son otras, esta noticia nos puede parecer una anestésico que se oye de lejos y al que respondemos, “ah, muy bien, qué bonito”. Lo mismo diríamos de una buena película que nos entretiene. Ahora estamos preocupados por la recesión sin nombre que se nos avecina, y si mi puesto de trabajo va a estar ahí, en la lista de favoritos a la supervivencia. Bastante tenemos con no contaminarnos los unos a los otros, que hay algún descerebrado que se ha escapado del hospital y vaga por las calles contagiando al prójimo como un zombi hambriento. Estas cosas nos preocupan, si el abuelo se nos muere, si sobre la piel del kiwi del supermercado alguien ha puesto su colección de miasmas asesinas, si el pomo de la puerta no ha sido suficientemente desinfectado… Pero, por un momento, párate a pensar si tu vida fuera mucho más que la lucha por la supervivencia.

Rebobinamos (una palabra ochentera donde las haya). En la huella dactilar de la existencia hay un diseño amoroso, lo creas o no. Dios puso la vida en marcha para que el hombre se sintiera atraído por una belleza que apunta mas allá, a una relación personal con su Creador. Según el Génesis, Dios paseaba con el hombre por el jardín del Edén, una forma poética de decir que entre ambos había complicidad de amigos. El hombre se pierde, decide erróneamente, prefiere buscarse la vida y desoye a su compañero de jardín. Y Dios, en vez de abandonarlo a su suerte, va detrás de él para darle caza amorosa. Para que nada de lo humano se pierda, Dios se convierte en carne de nuestra carne. La vocación humana ya no es mera convivencia, sino apasionada intimidad. Por eso, en el año del coronavirus, proclamar esta noticia, así, bajito, como lo hacemos por aquí, se hace urgente, para que no perdamos el norte de nuestra existencia.

Me decía hace poco un chico joven, que estos días se ha puesto a leer vidas de santos, a pelo. Quiere conocer a la gente que se decidió por Dios, al estilo de San Ignacio de Loyola que, cuando le llovieron las heridas de la guerra, sacó tiempo para empaparse de los amigos de Cristo y así se convirtió en uno de ellos. Todos los santos tienen el rasgo común de haber entendido la Encarnación como un hecho que les afectaba profundísimamente. Si Dios se ha hecho hombre, todo lo que hacen mis sentidos y mi voluntad tiene repercusión en Él, y mi vida es ya una vida eterna. No está mal. Quizá el acecho constante de ese enemigo invisible del covid-19 nos ayude a repensar cuanto hacemos, porque los cristianos somos criaturas habitadas por Dios, es más, hacemos la vida del Señor en nosotros.

Sí, hoy es el día de la victoria. Si he entendido el misterio de la perfecta proximidad de Dios, puedo vencer de verdad al coronavirus y a lo que se tercie.