Al leer el evangelio que nos propone la liturgia para nuestra meditación en este día de mayo, como un flash recordé aquellas palabras sencilla de la Madre Teresa que seguramente muchos de ustedes han escuchado alguna vez, aquella oración que dice así:

El fruto del Silencio es la Oración,

El fruto de la Oración es la Fe,

El fruto de Fe es el Amor,

El fruto del Amor es el Servicio

El fruto de Servicio es la Paz.

Esta breve y a la vez sencilla oración conecta con la propuesta del Evangelio para hoy. Jesús nos da su Paz, la única verdadera, la que proviene de su entrega incondicional. El episodio del Lavatorio de los pies, aquel en el que, con un único gesto, Cristo nos muestra el quid de su propuesta vital, se convierte en la fuente de la que todos podemos beber.

En aquellas largas noches de silencio a solas con el Padre, Jesús oraba, y de esa oración surgía la acción, movida por la Fe, por la convicción profunda de que todo tiene sentido en y por el Amor. Amor que no conoce otra forma que la entrega, el servicio. Si uno quiere saber la medida de su amor sólo tiene que sentarse con un cronómetro y apuntar cuantos de sus minutos no han sido para si mismo, cuantos de sus minutos no se han perdido en el vacío, cuantos de sus minutos ha vivido amando, ha vivido sirviendo. Si en tus días son pocos los minutos que dedicas a los demás, cuando llegues al sueño reparador de la noche, no tendrás la recompensa de esta en paz de Dios que nace del amor, puede que duermas tranquilo, pero no experimentarás la profunda satisfacción del que ama y se sabe amado, del que se siente en calma interior, el que se siente en la Paz que sólo en la imitación y el servicio de Cristo podemos encontrar, porque largo se le hace el día a quien no ama, y el lo sabe.

El servicio que vivió Madre Teresa, el servicio que vivió Jesús, la Paz de la que gozan los santos, no es la ausencia de guerra y de conflictos que muchas veces deseamos, mirad sino a Pablo, leyendo sus cartas vemos a un hombre en la Paz de Dios, sin embargo, y como el mismo reconoce en sus cartas, es también un hombre que ha sufrido mucho por el Evangelio, que ha pasado grandes trabajos por predicarlo y que al final de sus días, en Paz consigo mismo, puede exclamar he corrido bien mi carrera… Y yo ¿cómo vivo mi fatigosa entrega al servicio del Evangelio? o a caso ¿no sé lo que son los duros trabajos del evangelio?

Hoy te pido Señor encontrar esa Paz que sólo tu puedes darnos, la que nace de una vida entregada al servicio de tu Iglesia, fruto del amor profundo que experimentamos de tu mano protectora y generosa, amor que reconocemos porque sabemos mirar con los ojos de la fe, que se alimentan en esos largos diálogos que compartimos en la oración y que solo se dan cuando consigo disfrutar, y no huir del silencio. Dame hoy, Señor, tu Paz.