En el Evangelio de hoy Jesús une dos temas. Por una parte da gracias al Padre porque ha revelado sus misterios a la gente sencilla. Por otra nos habla de la posibilidad de conocer al mismo Padre. Parece que para conocerlo hemos de hacernos amigos de Jesús, porque “nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

Siempre, al hablar de la paternidad de Dios, corremos el riesgo de transferirle nuestras experiencias humanas. Pero Dios no es Padre a la medida del hombre si no que, por el contrario, toda paternidad humana, desde la biológica hasta la que se realiza socialmente, es imagen de la divina. Para comprender nuestro lugar y misión en el mundo hemos de saber de dónde venimos. Nuestro origen está en Dios. Precisamente para que lo conozcamos en profundidad el Hijo ha venido al mundo. Él nos da a conocer el misterio del Padre y de su amor.

Llamar a Dios Padre no es nada fácil. Es una palabra que puede pronunciarse rutinariamente y quedar vacía de contenido. La experiencia de los santos indica que en un momento dado tomaron conciencia de esa paternidad divina. Llegaron a ella por el trato frecuente con el Hijo. Dios es Padre porque tiene un Hijo que, al igual que Él, es Dios. Por eso el camino hacia el Padre es a través de Jesús. Y eso parece que sólo lo entienden los sencillos. Nos gustaría llegar a Dios a través de la elucubración, o bien imaginárnoslo a nuestro antojo. El camino es más sencillo y, por lo mismo, sólo pueden recorrerlo los humildes. Al Padre se llega por el Hijo, que es quien lo conoce verdaderamente. El Verbo, que estaba eternamente junto al Padre se encarnó y así se hizo camino para el hombre. La sencillez quizás consise en reconocer que el camino que hay que recorrer no es el que nosotros construimos sino aquel que nos ofrece el Hijo, que se ha abajado precisamente para mostrarnos el misterio del Padre y de su amor y también para conducirnos hacia Él. Hay un momento en que Tomás le pide a Jesús que les muestre al Padre. Allí el Señor le responde: “Tomás, quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Son inseparables. Ahora bien, Dios se ha revestido de humildad para acercarse a nosotros y para que podamos abrazarlo por la fe.

Por otra parte me llama la atención que Jesús comienza dando gracias al Padre. Y la explicación que da “Sí, Padre, así te ha parecido bien”. La celebración dela Eucaristía nos invita a unirnos a la acción de gracias de Jesús al Padre. Incluimos todos los bienes que recibimos pero damos gracias por el amor del Padre. Ese amor con el que sabemos que no deja de cuidarnos y que hace que lo disponga todo en bien de los que ama. Gracias Jesús por mostrarnos al Padre.

Que la Virgen María nos ayude a tener un corazón sencillo como el suyo para poder conocer los misterios del reino.