Martes 21-7-2020, XVI del Tiempo Ordinario (Mt 12,46-50)

«¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos?». Una vez, un joven con el que hablaba me definió a los amigos como “los hermanos que eliges”. Es verdad, a los amigos los elegimos nosotros. Por afinidad de gustos, caracteres, intereses, pupitres o profesiones… por la razón que sea, pero es nuestra libre elección. DosTodas las entradas nunca llegarán a ser amigos si uno de los dos no quiere. Jesús en varias ocasiones llama a sus discípulos amigos, aquellos a los que Él ha elegido: “Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo el que os he elegido”. Jesús nos ha elegido, y nosotros tenemos que aceptar su propuesta de amistad. Como los buenos amigos. Por eso, podemos describir la Iglesia como una compañía de amigos. Pero es mucho más. La Iglesia es en verdad –y no sólo estamos hablando de una bonita imagen- una familia. La Iglesia es familia.

«Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos”». Tú y yo estábamos allí, sentados entre esa multitud que con oídos atentos escuchaban al Maestro. A ti y a mí también nos señaló el Señor con su mano. A ti y a mí también nos dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos». Nosotros somos la familia de Dios, los hijos del Padre, los hermanos de Jesús. Esta es nuestra identidad más profunda. A los amigos los elegimos; a nuestros padre y hermanos, no. Podemos cambiar de amistades, dejar de ver a alguna persona, conocer gente nueva… pero no podemos dejar de ser hijos de nuestros padres y hermanos de nuestros hermanos. Lo llevamos hasta en la sangre. Por eso es maravilloso pensar que la Iglesia es una familia. En ella somos amados de verdad, incondicionalmente, porque somos hijos. En ella encontramos seguridad, amparo y protección. Ella, como buena madre, está siempre pendiente de nosotros. Pase lo que pase, suceda lo que suceda, siempre seremos miembros de esta familia. Podremos abandonar la casa paterna, pero siempre tendremos un hogar al que volver. Siempre tendremos una familia que nos espera.

«El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre». Si leemos este pasaje a la ligera, nos podría dar la impresión de que Jesús está despreciando a su madre, dejándola de lado ante sus discípulos. Pero si lo examinamos con atención, encontramos uno de los piropos más grandes de los Evangelios dirigido a la Virgen. Ella es la primera que hizo la voluntad de Dios -“¡hágase en mí!”- y concibió la Palabra en su seno. En esta familia que es la Iglesia, hay un miembro que está por encima de todos los demás, María. Ella es modelo, madre y maestra de la Iglesia. En ella descubrimos la verdadera característica familiar que nos identifica como cristianos: escuchar la Palabra de Dios y cumplirla. Tenemos un Padre, una Madre e innumerables hermanos… ¡somos una gran familia!