Hay palabras que no podemos decir y después hacer como si nada… “a otra cosa mariposa”. Imaginemos una película que tiene su trama romántica, por ejemplo: “ella” está desesperada porque “él” aparentemente está interesado en “ella” pero no termina de definirse y entonces “ella” se atreve a preguntarle: “¿yo soy algo para ti? ¿yo significo algo en tu vida?”. Y entonces “él” le dice: “sí, estoy enamoradísimo de ti, quiero casarme contigo, que seas la madre de mis hijos… por favor pásame ese destornillador que estoy arreglando esta silla…” ¡Qué absurdo! ¿no? Lo normal es que después de decir eso se abracen y se besen o algo así… ¿no? Se trata de un ejemplo muy tonto, pero lo que estoy tratando de decir es que el señor te está preguntando “¿quién soy para ti?” y si te pones a responder y a decirle las palabras con las que le describes como quien es en verdad para ti: “mi refugio mi escudo mi fortaleza y mi alegría, tú eres mi vida mi camino mi verdad, mi respiración, mi paz, mi consuelo…”  según dices estas cosas, si no lo haces como una metralleta sino dejando que cada una de estas cosas resuene en tu corazón, lo más seguro es que no puedas reprimir la emoción. Tiene toda su lógica, tú no le puedes decir al señor quien es él en tu vida y quedarte frío como un témpano de hielo.

Todas las personas de la historia desde que Jesús apareció en esta tierra, todos los hombres han tenido que medirse con él, de hecho, si no crees en él, pensarás que es un genio o que es un loco, pero desde luego indiferente es imposible que te deje como si se tratase de cualquier otro personaje de la historia. Los creyentes tenemos que responder, más allá de la teoría, tenemos que dar una respuesta y esto sabiendo que el otro, Jesús, te está mirando y no le da igual lo que respondas. Él está profundamente implicado en tu respuesta.

Dos personas que se quieren, pienso por ejemplo en un matrimonio que celebra sus bodas de oro, después de cincuenta años de casados, se conocen perfectamente; por ejemplo, uno levanta la ceja y el otro ya sabe lo que está pensando y sin embargo si el amor es verdadero si el amor es de Dios, entonces “el uno” seguirá siendo un misterio y “el otro” no podrá decir del todo lo que es para él y, desde luego no lo hará sin sentir que le afecta hondamente.  Al señor no le da igual tu respuesta, no es una imagen de madera o de escayola, es una persona viva y que no le da igual tu respuesta. Este era el primer punto que quería considerar hoy: se nos pide hoy dar nuestra respuesta personal, la nuestra propia, esa que se dan mirando a los ojos del que nos pregunta.

La segunda cosa sobre la que quería meditar hoy es que Jesús felicita a Pedro, ciertamente ha dado con la clave, “se ha abierto la caja” y no lo ha hecho por casualidad, sino que ha dado con la clave correcta y la caja se ha abierto. Por eso le dice “bienaventurado tú, Simón hijo de Juan, esto se llama “fe” y es un don no es cosa suya no es fruto de su investigación concienzuda no es el esfuerzo de un sesudo razonamiento, es un don, es una gracia: “no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino que te lo ha revelado tu padre del cielo”. Esta fe, claro que es un conocimiento, pero es un conocimiento lleno de afecto y que surge de la experiencia. La fe no es una posesión, la fe es una relación y como tal aparece, crece y llega a plenitud, madura en el tiempo. Al hacer el acto penitencial que sugiere el libro de la sede hoy, ya sabéis que una posibilidad es cuando decimos “Señor ten piedad…” intercalando tres invocaciones, hemos dicho primero: “tú eres el hijo del Dios vivo”, que es lo que dice hoy en el evangelio Pedro. La segunda invocación era: “solo tú tienes palabras de vida eterna”, que es lo que responde Pedro cuando los discípulos se decepcionan de Jesús porque a mitad de su ministerio público anuncia su pasión y entonces se empiezan a ir; en concreto en el evangelio de San Juan San Juan cuando habla de comer su carne y beber su sangre dice el evangelista que uno tras otro se fueron yendo y Jesús se quedó con los apóstoles y unos pocos más y les preguntó “¿también vosotros queréis marcharos?” Y ahí Pedro otra vez como portavoz de todos responde: “señor, ¿a dónde vamos a ir? Solo tú tienes palabras que explican la vida, palabras de vida eterna, palabras que van más allá de este tiempo”. Y, por último, la tercera invocación que hemos hecho en el acto penitencial es quizá la más bonita de todas: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. Porque la última profesión que hace Pedro no fue de fe sino de amor. Pedro tuvo que experimentar que se hundía en las aguas y que Jesús lo salvaba.  Pedro tuvo que ser una oveja perdida porque se había separado del buen pastor para que este fuera a buscarlo y lo encontrara. Por eso, cuando el resucitado se encuentra con Pedro, al que le había dado esta misión de ser la piedra sobre la cual se edificaba la iglesia y esa piedra se había venido abajo completamente por el miedo, por el rechazo de la cruz…  Jesús en vez de reprenderle y retirarle su confianza lo que hace es preguntarle simplemente: “Pedro ¿me amas?” “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. Como decía, la fe es una relación, este es el segundo punto. Y como toda relación no se queda estancada, o crece, crece tu amor y tu confianza hasta que puedes descansar ciegamente en él, entregarte en brazos de Cristo o vives con indiferencia, vives con miedo, vives con precaución como si Jesucristo fuera a traerte solamente problemas y agobios.

La tercera cosa sobre la que quería llamar a atención es que Jesús hoy habla por primera vez de la Iglesia. Solo en la iglesia podemos tener acceso pleno a la persona y el ministerio de Jesús. Fuera de ella nos veremos haciendo como el National Geographic que intenta recuperar el Jesús histórico y no sé qué otras cosas más, pero en el fondo lo veremos como un personaje del pasado, una palabra, un mensaje, un profeta. Como en el evangelio:  que si Juan el Bautista, que si Elías u otro de los profetas… Solo en la Iglesia encontramos al vivo. Por eso están importante que amemos a la Iglesia, y la Iglesia es esta concreta de aquí y de ahora, no la que está en tu cabeza como estaba en la cabeza de tantos herejes que antes que nosotros ya soñaron con una Iglesia más perfecta, más pura, más espiritual. La Iglesia es esta concreta que tiene como sucesor de Pedro a Francisco y como sucesor de los apóstoles al obispo de esta diócesis, esta iglesia concreta que tiene tantas limitaciones como las que ves en esta parroquia o en el párroco que está al frente de ella. Esta Iglesia que es tu madre y que te ama con locura.  Ya va siendo hora de dar un paso al frente y dejar de mirar desde fuera y hablar de la Iglesia en tercera persona, la Iglesia es el lugar donde se hace palpable y visible, donde podemos escuchar a Cristo vivo hoy.

Vamos a pedirle al señor que amemos a la Iglesia más entrañablemente. En ella se nos han dado ni más ni menos que las llaves para abrir y cerrar, no solamente a Pedro, también a todos nosotros. Durante la pandemia… qué maravilla es tener las puertas abiertas, ¡cuánta gente necesita saber que Dios le ama y no lo sabe! Escuchar esto que tú estás oyendo y a lo mejor de tanto que lo has oído ya ni te emociona, pero algunos de los que están ahí fuera si lo oyeran por primera vez se derrumbarían de emoción. Nosotros tenemos las llaves, podemos cerrar “a cal y canto” o podemos abrir. Vamos a pedirle al señor que cada día nos enamoremos más de él y de su Iglesia, que no seamos un obstáculo para Cristo, sino que seamos un escaparate donde se le vea solamente a él, eso es lo que hace bueno al escaparate, que su cristal sea transparente, que  se  le vea a él. Se lo pedimos así por intercesión de María nuestra madre, madre de la Iglesia.