Me encanta la carta de San Pablo a los Corintios de la primera lectura de hoy. Es una especie de foto panorámica de cómo eran los cristianos de los primeros tiempos. Si eres un entusiasta de la memoria familiar, y te hubiera gustado saber qué aspecto tenían los abuelos de tus abuelos, te gustará el texto de hoy. Dice San Pablo que entre los que van a misa en Corinto no hay ni sabios en lo humano, ni poderosos ni aristócratas. Esto no quiere decir que el cristianismo fuera una legión de depauperados, de los que no tenían colocación social y se venían a la fe a calentar banco, como muchos desocupados. Los que habían oído el mensaje de Pablo, y lo habían dejado reposar en el fondo de su corazón, eran personas que no buscaban la mejor colocación ni los mejores ingresos, no querían entregar su vida para medrar en el escalafón profesional. Se habían encontrado con Jesucristo y habían llegado a la cúspide de sus aspiraciones, ¿qué importaba que fueran alfareros o maestros del mimbre?, ya eran ricos, más sabios que los pitagóricos y más letrados que Cicerón. Tenía razón el Señor cuando decía que el Reino de los Cielos se parece a aquel hombre que encuentra un tesoro en el campo, lo vuelve a enterrar, vende todo lo que tiene y se queda con el campo. Ya nada puede ser más atractivo.

Delante de Pablo estaba la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no contaba, así lo cuenta él. Y con ellos empezó la revolución. Se nombraban Papas que habían sido esclavos romanos, la mujer empezó a contar en el matrimonio como sujeto y no como posesión, el dinero se ponía en común… Quizá el problema mayor que tienen los hombres y mujeres de nuestro tiempo que ambicionan posición y posesiones en la vida, y quieren al tiempo ser profundamente cristianos, es que tienen infinidad de oportunidades para estar distraídos y, como consecuencia, frustrados. Andan entretenidos con asuntos de poco peso, aunque a ellos les parezcan el gran motor de su existencia. Quieren construir el paraíso en la tierra, cuando el paraíso se recibe en el silencio de la oración, y se empieza a caminar por él humildemente. San Juan de la Cruz en la Subida al Monte Carmelo, afina mucho con el destino de los afectos, que se nos van pegando a las cosas, y habla de la tragedia de hacernos adictos a trivialidades, lo que hace que nuestra vida se convierta en una vida trivial. Recuerdo haber hecho un viaje a Nueva York con unos amigos hace ya varios años, y paseando por la Quinta Avenida una chica del grupo al ver que íbamos deprisa se paró en seco y nos gritó, “¡¡pero es que a vosotros no os llaman la atención los escaparates con todo lo que tienen ahí dentro!!”. Es normal. Hemos sido creados para ser seducidos, lo malo es que estamos muy abiertos a los señuelos fáciles y que duran poco, y no tenemos a un San Pablo que nos ayude a dejarnos seducir por Dios.

A los cristianos de Corinto les añade San Pablo, “vosotros estáis en Cristo Jesús”, esa era su ubicación. Deberíamos hacernos con más frecuencia la pregunta sobre nuestra ubicación. Ahora que desplegamos tantas aplicaciones que nos indican exactamente dónde nos encontramos, a cuánta distancia está el restaurante donde hemos quedado, etc., sería conveniente preguntarme dónde estoy, existencialmente, dónde me encuentro. Aquellos que no contaban en la vida en tiempos de Pablo, sabían dónde estaban, en Cristo Jesús.