“The show must go on”, cantaba Freddy Mercury pocos meses antes de morir. La genial canción, una de las más geniales de Queen y un icono de los 90, puede recibir innumerables interpretaciones.

Al estilo del Show de Truman, podríamos considerar la vida como un teatro constante. Un mundo de máscaras y sobreactuaciones de un destino desconocido que juega conmigo. La apariencia es la clave: no sabes qué hay de fondo. La vida juega contigo, un destino sin sentido dirige tu rumbo. Por eso, sólo nos queda la anestesia que da el entretenimiento, el show.

¡El espectáculo tiene que continuar! La perspectiva de la muerte animaría a continuar viviendo a tope a pesar de los pesares. Pero es inevitable añadir un subtítulo a ese razonamiento: “el show debe continuar porque la vida es un sinsentido trágico: la muerte te sorprende en cualquier momento”. ¡Vive despreocupado, porque tarde o temprano te alcanzará! Conclusión última y anotación de página del razonamiento: la vida es una “m”.

Hoy te propongo una expresión diametralmente opuesta en forma y fondo: “la representación de este mundo se termina”.  San Pablo, al hilo de cuestiones matrimoniales y celibatarias, concluye que un camino y otro -matrimonio y celibato- se han de recorrer con horizontes de eternidad. El hombre que recibe la gracia es un hombre eterno, aunque aún en la tierra.
Todo pasa en este mundo… menos tú, que eres eterno. Cimienta tu vida en esa eternidad que se te descubre. La Vida -siempre es Cristo- es tu horizonte vital.

Poco tiene que ver con el show de este mundo y mas con la plenitud de las bienaventuranzas, que es el sentido de tu vida. Abandona el show, cierra el teatro: ¡¡entrega tu vida al Amor de los amores!!