LUNES 30 NOVIEMBRE DE 2020: Creer en Jesús, en Jesús que cura

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO (CICLO B)

Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,5-11):

 En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:

“Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho”.

Le contestó:

“Voy yo a curarlo”.

Pero el centurión le replicó:

“Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: Ve, y va; al otro: Ven, y viene; a mi criado: Haz esto, y lo hace.

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:

“En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”.

Creer en Jesús, en Jesús que cura

Ya Jesús nos advirtió de que la fe es capaz de mover montañas. Pero lógicamente se refería a una fe inquebrantable, con una seguridad a prueba de toda duda, de toda turbación, de toda debilidad.

El centurión tenía este tipo de fe. Jesús lo confirma y lo pone como ejemplo de la máxima fe: En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Y es que la afirmación con la que responde a Jesús cuando le dice que irá a curar a su criado, y que repetimos siempre en misa antes de comulgar con Jesús-Eucaristía, es excelente: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano.

Podemos pensar: ¿Y quien puede tener una fe así? Yo al menos no tengo una fe tan fuerte. No tengo tanta seguridad, no soy tan fuerte.

Y entonces erramos el juicio. Porque precisamente para tener una fe así, lo que no hay que tener es seguridad y fortaleza, lo que hay que tener en es inseguridad y debilidad. Si, no es un juego de palabras.

A más seguridad en nosotros mismos, en nuestras propias fuerzas, menos seguridad en el Señor. A más autocomplacencia en nuestras propias capacidades, en nuestras propias fuerzas, menos reconocemos que nuestra fortaleza está en nuestra debilidad, porque no se sostiene en ella misma, sin en Él, en el Señor.

Circula como un bestseller un libro llamado “El secreto” que toma como lema la expresión de Jesús de que la fe mueve montañas, pero que predica todo lo contrario del Evangelio: propone como secreto para una vida “con éxito” la fe inquebrantable en uno mismo, y así convertirse en triunfador bajo la ley del más fuerte frente a los débiles, timoratos y dubitativos.

Y es que, en realidad, no dudamos cuando somos débiles, sino cuando somos fuertes. Cuando pedimos con la boca pequeña, porque por pedir que no falte… Pero en realidad donde ponemos nuestra seguridad, nuestra “fe”, es nosotros mismos.

En este tiempo de Pandemia, debemos preguntarnos: ¿Pongo mi fe en Jesús-médico, completamente, sabiendo que nada me va a pasar si él no lo permite? ¿Le pido mi curación, o la curación de mis hermanos, como hace el centurión, con suficiente fe?

Si le dejo sitio a Él (“una palabra tuya bastará para sanarme”), Él actúa, como quiera actuar en su amor y misericordia infinitas. Pero siempre actúa. Siempre cura, siempre salva: o cura las heridas de mi cuerpo, o las de mi mente, o las de mi alma, o los tres tipos de heridas a la vez. Jesús siempre cura cuando le pedimos con fe que nos cure.