La elección no es caprichosa, tampoco es arbitraria. Simplemente es gratuita. Y lejos de ser un privilegio, en realidad es una enorme responsabilidad.

Dios siempre llama a unos pocos para llegar a todos a través de ellos. Ésa es siempre la lógica de Dios. Su llamada es inclusiva, nunca es excluyente. Como le sucede al amor verdadero, que siempre es incondicional y duradero; y por esa misma razón no obedece a ninguna razón pequeña, particular y concreta. Uno ama porque ama, quiere porque quiere. Pero no es cierto que el amor sea ciego. Si el amor es amor verdadero, entonces no puede no amar.

En el evangelio de hoy escuchamos cómo Jesús subió a la montaña. Ese es el lugar simbólico del encuentro del cielo y la tierra, de Dios y el hombre. En la montaña Dios se ha querido comunicar a Moisés y a Elías. En la montaña encontrará el sol del amanecer a Jesús casi todos los días.

La montaña es el lugar de la revelación y de la alianza. En la primera lectura de hoy se nos recuerda que Dios en Jesús ha inaugurado un ministerio nuevo. Porque Jesús es mediador de la segunda alianza, la alianza nueva y eterna. La primera alianza la había sellado Dios con su pueblo en la cima del Monte Sinaí al salir de Egipto. Allí Dios le había entregado a Moisés la ley grabada en tablas de piedra. La segunda alianza, la que declara antigua la anterior, es en realidad la alianza nueva y eterna, sellada con la sangre de Cristo, mediador de la nueva alianza. Aquí las leyes no están grabadas en tablas de piedra, sino que las leyes están en la mente de los miembros de este pueblo, están escritas en sus corazones.

Ahora en la montaña Jesús reúne a un nuevo pueblo en torno a él. Entre aquellos discípulos a los que llamó espontánea y libremente instituyó a doce, un grupo restringido, un número concreto. Los doce representan a las doce tribus de Israel, serán como los pastores, como los patriarcas del nuevo pueblo de Dios. San Marcos dice textualmente instituyó doce. Son los apóstoles. La lista de los nombres está ordenada siguiendo una lógica evidente: Pedro, Santiago y Juan, en un primer lugar. Andrés, el hermano de Simón, junto a Felipe y Bartolomé, tal y como se les presenta al principio del cuarto evangelio. Mateo, Tomás y Santiago. Y, por último: Tadeo Simón el cananeo y Judas Iscariote. Sorprende que Jesús llame a gente muy diversa: pescadores, un publicano, un celote, incluso aquel que más tarde habría de entregarle.

Siempre me ha parecido que esta elección es toda una provocación. Solamente se puede entender a la luz de la finalidad de esta llamada: los llamó para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar y que tuvieran autoridad para expulsar los demonios. Lo más importante es “estar con él”, por tanto, lo primero es participar de esta compañía, convivir con Jesús y los suyos. De ahí surgirá en un segundo lugar el envío y la misión.

Es como si Jesús quisiera mostrar al mundo que su llamada es universal, que no hace acepción de personas que no llama a los mejores sino a los que quiere y que esta elección gratuita no genera ninguna discriminación, ni es en modo alguno injusta porque precisamente los llamados serán enviados para llegar a todos.

Me imagino la cara de sorpresa y estupor de los elegidos. ¿Por qué a mí? Bendita pregunta que revela que, aunque uno sabe que la elección no es caprichosa, no puede dejar de causarle una enorme perplejidad. Es el misterio de la elección de Dios. Nada hay tan misterioso y gratuito.