“Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto”. Sin embargo, termina por mandar que le corten la cabeza ¿Cómo es posible hacer compatible la admiración y decidir su muerte? El evangelio nos da la respuesta: “el rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados no quiso desairarla”. Herodes no es un hombre coherente y nosotros no estamos exentos de este peligro, ya sea por miedo, por no quedar mal, por dejarse ganar por la sensualidad. Hay una ruptura interior que le impide vivir esa unidad de pensamiento y acción. Si no vivimos como pensamos acabaremos pensando como vivimos para justificar la falta de coherencia. El Papa San Juan Pablo ya nos recordaba en la Exhortación “Fieles cristianos”, lo serio de vivir esa falta de unidad de vida: “la separación entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerada como uno de los más graves errores de nuestra época”.

El mundo se quedaría en tinieblas si los cristianos, por falta de unidad de vida, no ilumináramos y diéramos sentido a las realidades concretas de la vida. Nosotros somos, en medio del mundo como la levadura dentro de la masa, para transformarlo. El cristiano coherente con su fe es sal que da sabor y preserva de corrupción. Y para esto contamos, sobre todo, con su testimonio en medio de las tareas ordinarias, realizadas ejemplarmente. Sería, además un gran escándalo para el mundo si esta falta de unidad de vida la vieran en nosotros. No podemos separar nuestra fe de nuestra vida. No es posible ser cristianos, discípulos de Cristo y maltratar a los demás, no ser serviciales, dejarnos llevar de la pereza y el capricho, la sensualidad… San Agustín se preguntaba, en este sentido, “¿qué pensar de los que se adornan con un nombre y no lo son? ¿de qué sirve el nombre si no se corresponde con la realidad? (…). Así, muchos se llaman cristianos, pero no son hallados tales en realidad, porque no son lo que dicen, en la vida, en las costumbres, en la esperanza, en la caridad” (“Comentario primera Carta de San Juan 4,4).

Esto significara muchas veces ir un poco contracorriente, contra el pensamiento dominante o las modas. Hoy celebramos el martirio de Santa Águeda. Los mártires han sido siempre audaces para huir de quedar bien, o de ser políticamente correctos. San Gregorio Magno ya avisaba a los cristianos de entonces, y ahora a nosotros también, que hemos de estar dispuestos a padecer por ser coherentes con la fe: “Hay algunos que quieren ser humildes, pero sin ser despreciados; quieren contentarse con lo que tienen, pero sin padecer necesidad; ser castos, pero sin mortificar su cuerpo; ser pacientes, pero sin que nadie los ultraje. Cuando tratan de adquirir virtudes, y a la vez rehúyen los sacrificios que las virtudes llevan consigo, se parecen a quienes, huyendo del campo de batalla, quisieran ganar la guerra viviendo cómodamente en la ciudad” (“Moralia, 7, 28, 34).

Como rezamos en el Salmo de hoy: “El Señor es mí luz y mi salvación”. Hemos de volver nuestra mirada a Él una y otra vez. Sobre la Roca que es Cristo se construye la unidad de vida, es decir, la unidad interiorentre la vida espiritual y la vida. No podemos separar nuestra vida espiritual del trabajo, de la vida ordinaria: se vive como se reza y se reza como se vive.

Pidamos a Nuestra Madre, que nos enamoremos de su Hijo y podamos así vivir con alegría las luchas que sean necesarias para manifestar en nuestra vida el tesoro de nuestra fe.