“Vino la palabra del Señor sobre Jonás: Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo. Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor”. Sabemos que a Jonás le costó mucho esfuerzo cumplir el encargo del Señor … se fue en dirección contraria, casi hizo naufragar un barco y luego se lo “tragó” una ballena que le escupió en las orillas de Nínive. Después, descubre que no puede hacer otra cosa sino predicar la conversión, aunque llevado por el desánimo. Sin embargo, Nínive se convierte … y, por tanto, se cumple la voluntad de Dios, a pesar de que pongamos tantos inconvenientes.

Hemos comenzado el tiempo de Cuaresma y, como los Ninivitas, nos “cubríamos” de ceniza el miércoles. Sin embargo, semana es tiempo suficiente para que hayamos fallado ya en nuestros buenos propósitos de conversión. Aquello en lo que íbamos a cambiar sigue estando allí, incluso, tal vez, con más fuerza.

¿Caemos en la desesperanza? … “Si soy incapaz de cambiar mi vida, entonces no seré un signo de conversión para otros”, nos decimos. La tentación es quedarnos en propósitos pequeños, ridículos, que nada tienen que ver con lo que Dios nos pide, pero que puede “servirnos” para llegar a la Semana Santa pensando que hemos aprovechado el tiempo.

Olvidamos que el único signo es Jesucristo que actúa en nosotros a través del Espíritu Santo.

Nuestras luchas, nuestras caídas, nuestra o nuestra falta de piedad han de ser también un medio por el que Jesús actúa. Sólo Jesucristo es signo para esta generación perversa y quiere serlo a través nuestra. Hemos de atrevernos a decirle al Señor “Jesús, no lo entiendo, pero si Tú lo quieres, yo lo quiero”. Entonces Dios hará cosas grandes con nuestros pobres medios.

La Virgen es la Madre de la Esperanza. seguimos el camino de la cruz sin desanimarnos, fijos los ojos en el que todo lo hace nuevo, y sabe que su Hijo se servirá de Pedro, de Santiago, de Tomás, de aquellos que entonces estaban escondidos por miedo … Hemos de volver a caminar hacia donde Dios quiere.