Los mismos que ha participado del milagro de la multiplicación de los panes y los peces le piden a Cristo una señal: “¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti?” y se remiten al maná con que Dios alimentó a su pueblo elegido en la travesía del desierto. La respuesta de Jesús es la promesa de un “pan” muy superior, el verdadero pan del cielo. Un “pan” que es él mismo: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Esta promesa es también para nosotros. Jesús nos promete un alimento que perdura hasta la vida eterna y que nos ayudará a la travesía de esta vida, como el maná ayudó ala pueblo de Israel atravesar el desierto y llegar a la tierra prometida. Cristo se nos da como alimento para alcanzar la vida eterna.
Cristo se nos da como alimento, de tal modo que cuando comulgamos el Cuerpo de Cristo, no estamos haciendo un mero gesto o un rito que nos recuerdan el acontecimiento de la multiplicación de los panes y los peces. Estamos recibiendo a Cristo mismo que por este medio quiere comunicarnos su vida divina y nos transforma en él. San Agustín en la Confesiones nos recuerda: “Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí”. Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje. El domingo, día del Señor, es la ocasión propicia para sacar fuerzas de él, que es el Señor de la vida. Por tanto, el precepto festivo no es un deber impuesto desde afuera, un peso sobre nuestros hombros. Al contrario, participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad para el cristiano; es una alegría; así el cristiano puede encontrar la energía necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana (cf. Benedicto XVI Solemnidad del «Corpus Christi» 29-5-2005).
A veces nos acercamos a comulgar sin una clara conciencia del don que se nos hace, sin asombrarnos por ello. Hemos de tomar conciencia de a quien recibimos “Considera qué gran honor se te ha hecho -nos exhorta San Juan Crisóstomo-, de qué mesa disfrutas. A quien los ángeles ven con temblor, y por el resplandor que despide no se atreven a mirar de frente, con Ése mismo nos alimentamos nosotros, con Él nos mezclamos, y nos hacemos un mismo cuerpo y carne de Cristo” – San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 82, 4.-
Que María, Madre de Cristo y nuestra, nos enseñe el camino de la comunión con el Cuerpo de sus entrañas y que dejemos que ese “Pan” nos cristifique.
El Comentario te abre los ojos del Alma. Cuanto Amor derrama Cristo con nosotros. Imposible compensarte Señor . No soy nada
. Ayudarme Señor
Cuando nos acercamos a comulgar, entramos en comunión con Jesucristo, asumimos el pan del cielo que Él nos ofrece, pues entregó su vida por nosotros y lo recibimos como el testigo de Dios que nos anima a anunciar su verdad al mundo entero.Es necesario asumir que Jesús es el verdadero pan del cielo, que nos reconforta y anima a seguir sus pasos, y, con nuestro ejemplo, transmitir a todos nuestra fe en su Persona y su Palabra, como manifestación del Padre y del Espíritu.
“… pan de vida…”
“… vive para siempre…”
“… acrecienta la gracia…”
“… incorruptible resurrección…”
“…recibe lo que es , cuerpo de Cristo y se lo que recibes , el cuerpo de Cristo …“
“…Tomad y Comed…”
Vida y dulzura, intercede por nosotros
Una afirmación de Jesús sobe sí mismo. No son frecuentes. Muchas veces le preguntaban y Él respondía diciendo: “Tú lo has dicho”. Pero en este caso afirma algo de Él. No es el único, por supuesto, Él también dijo, por ejemplo, que era “el Camino, la Verdad y la Vida”.
“Yo soy el pan de vida”; nosotros lo sabemos ¿Cuántas veces hemos encontrado en la Eucaristía el consuelo, la fuerza, la esperanza? ¿Cuántas veces hemos entrado en la Iglesia arrastrando los pies?, con el corazón hecho trizas, sin ver nada para el futuro y hemos salido de allí renovados, con los problemas, que eran los mismos, los de dentro de nosotros, los de fuera de nosotros, pero siendo nosotros diferentes ¿Cuántas veces en la Eucaristía hemos experimentado cómo se cumplía esa maravillosa promesa de Jesús: “Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”? Es el Pan de Vida. Es un pan por el cuál merece la pena venderlo todo.
Pero, ¿eso es verdad? Ahora, con la pandemia, la situación está mejorando en muchos sitios, pero en otros todavía hay restricciones, restricciones no sólo de estar a una distancia o con la mascarilla, sino de aforo. Sólo caben, en algunos sitios sólo permiten entrar cinco personas en una Iglesia, otros un treinta por ciento… Pero con qué facilidad los cristianos, incluidos los sacerdotes, han aceptado las restricciones.
No digo que no haya que aceptarlas, pero sí que habría que haberlas aceptado, por supuesto, peleando legalmente al máximo, legalmente, no violentamente, y con un enorme dolor. Pero, ¿hay dolor? ¿Hay dolor por no ir a comulgar? En muchos casos sí, lo hay, lo hay. Pero en la mayoría no, ¿a qué se debe? Pues a que la comunión se había convertido en un rito social.
Si no hay sufrimiento por no poder comulgar, es porque la Eucaristía no
significa nada para nosotros, porque si significara algo, el dolor de no poder comulgar, el dolor de no poder estar con Jesús, de no poder darle un abrazo y de no poder ser abrazado, el dolor de no recibir su consuelo, su fuerza, su luz, sería tan duro que, como contaba uno, un escritor del siglo XIX, converso, le preguntaban: ¿qué ocurriría si le echaran de la Iglesia? Decía: “Me iría todos los días a la puerta de la Iglesia como un perrito. Me pondría de rodillas suplicando que me dejaran entrar de nuevo”.
La Virgen María nos echa en falta, desea que nos acordemos de ella cada día, y nos pide que le recemos el Santo Rosario, que pidamos por nuestros hermanos los pobres, y por los ricos para que se acurden de ellos. Por la conversión de los que por los que no conocer el amor de Dios, viven apartados de él. Por cuantos se sienten triste y abatidos.
Vuestro hermano en la fe: José Manuel.
josemanuelgarciapolo@gmail.com
Queridos Hermanos.
Cristo es el pan de Vida, es nuestra Vida, es nuestro Señor, es nuestra vida. Sin la Comunión no podemos vivir, y si no podemos tomarla, si no podemos recibirla, que al menos sintamos que una espada nos está atravesando el corazón. Porque sin Él, sin su abrazo y sin nuestro abrazo, no podemos vivir, y Él, desde luego, está siempre ahí, esperándonos y echándonos en falta.
La Virgen María también nos echa en falta, desea que nos acordemos de ella cada día, y nos pide que le recemos el Santo Rosario, que pidamos por nuestros hermanos los pobres, y por los ricos para que se acurden de ellos. Por la conversión de los que por los que no conocer el amor de Dios, viven apartados de él. Por cuantos se sienten triste y abatidos.
Vuestro hermano en la fe: José Manuel.
josemanuelgarciapolo@gmail.com
Me he alegrado de haber asistido a la celebración dela Misa por D. ANTONIO. Me lo imaginaba también alrededor del Al tar, siempre disponible.. y la placa con su recuerdo. Un Ángel más en Tu Reino Señor
Mi intención era haber pedido Confesión, siempre el temor al rechazo el gesto adusto, no vi a Don José Ramón.Me será más sencillo en los Ŕedentoristas, Ayúdame Señor
Más sencillo desplazarme andando hasta la Iglesia de Los Redentoristas,en taxi hasta San Fernando con la muleta es complicado