Como leemos en la primera lectura, la persecución está presente en la vida de la Iglesia desde sus inicios. “Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén por parte del pueblo elegido. Saulo, un eminente miembro de la comunidad judía, “se ensañaba con la Iglesia; penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres”. Algo que sigue siendo actual. “Todos los tiempos son de martirio. No se diga que los cristianos no sufren persecución; no puede fallar la sentencia del Apóstol (…): todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución (2 Tim 3,12). Todos, dice, a nadie excluyó, a nadie exceptuó. Si quieres probar si es cierto ese dicho, empieza tú a vivir piadosamente y verás cuánta razón tuvo para decirlo” (San Agustín, Sermón 6,2). Mientras está en la tierra, la Iglesia, con palabras de San Agustín, «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios», anunciando la cruz del Señor hasta que venga. Habrá de contar siempre con la resistencia de algunos corazones a Cristo: “como os he dicho, me habéis visto y no creéis”
El martirio está en previsto en el plan divino para la salvación del mundo. La persecución provoca que “los que habían sido dispersados iban de un lugar a otra anunciando la Buena Nueva de la Palabra”. San Juan Pablo II nos decía en Buenos Aires: “Me habéis preguntado cual es el problema de la humanidad que más me preocupa. Precisamente éste; pensar en los hombres que aún no conocen a Cristo, que no han descubierto la gran verdad del amor de Dios. Ver una humanidad que se aleja del Señor, que quiere crecer al margen de Dios y hasta niega su existencia. Una humanidad sin Padre, y, por consiguiente, sin amor, huérfana y desorientada, capaz de seguir matando a los hombres que ya no considera como hermanos, preparando así su propia destrucción y aniquilamiento. Por eso, quiero de nuevo comprometeros hoy a ser apóstoles de una nueva evangelización para construir la civilización del amor” (Homilía 11-VI-1987).
Para renovar el renovado ardor apostólico que se requiere en nuestros días para la evangelización, hemos de realizar un reiterado acto de confianza en Jesucristo: porque El es quien mueve los corazones; Él es el único que tiene palabras de vida para alimentar a las almas hambrientas de eternidad; El es quien nos transmite su fuego apostólico en la oración, en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía. He venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero, sino que arda? (Lc 12, 49). Estas ansias de Cristo siguen vivas en su corazón (cf. San Juan Pablo II, Uruguay, 22-V-1988).
Tras el anuncio y los signos de Felipe, nos dice la primera lectura, “la ciudad se llenó de alegría”. Anunciar a Cristo no es llevar una carga, una pérdida de libertad. Es llevar la verdadera alegría al corazón del hombre: “El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.
María, Reina de los Apóstoles, nos haga audaces para anunciar la Buena Noticia de la salvación de Dios, que Cristo trae a todos los hombres.
En el silencio de la noche, al hacer meditación del día, que mal me siento. Como me arrepiento Dios Mío, lo que me cuesta adaptarme a la mala racha física por la que estoy pasando, y me agobio, en lugar de ofrecertelo con humildad a Ti Señor. No me soporto a mi misma, como puedes seguir amandome Señor. Te ruego encarecidamente Tu Misaricordia
Padre, quiere ayudarme a poner mi vida en orde?
Escuchar, ahondar en su mensaje, empaparse de sus palabras, es garantía de ir por el buen camino. Su palabra, que ha de dirigir nuestra vida, y la participación en la Eucaristía son garantía de que seguimos caminando con Él. Todo ello nos convierte en testigos que pueden señalar a otros por dónde caminar con más seguridad, sabiendo que Él está en medio de nosotros alentando nuestros días.
En estos meses oscuros, de pandemia, oímos al Señor resucitado que nos invita a empezar de nuevo, a no perder nunca la esperanza, pero hay que renovarlo, ¿todos los días? ¡Claro!, desde que me levanto hasta que me acuesto. ¿Por qué?, porque Cristo ha resucitado y está vivo junto a nosotros.
Lo encontramos, lo encuentro, en la calle, y lo encuentro en las personas, y lo encuentro en la enfermedad, y lo encuentro cuando me hundo; y lo tocamos contínuamente en la Eucaristía, y lo tocamos en las personas, sobre todo, en los necesitados. Y porque tenemos experiencia de que nos ama infinitamente y me precede, va por delante de los problemas, siempre.
Lo veo, lo veo: es mi experiencia. Por todo eso nos comportamos de modo optimista y positivo en la pandemia. Él está vivo, aquí y ahora, camina contigo cada día, en la situación que te toca vivir, en la prueba que estás atravesando, en los sueños que llevas dentro.
Vamos a ponernos, de verdad, a seguir ese camino que fue el que siguieron los apóstoles; aunque les costó, porque ante el Señor estaban aterrorizados y llenos de miedo, no sabían qué hacer, creían que era un fantasma. Pero, mirad, que no soy un fantasma. «Palpadme. Mirad mis heridas»; y habrá que preguntarle al Señor: Señor, ¿me tienes que decir eso a mí?, ¿porque no te veo? Voy a buscarte a propósito: a renovar mi esperanza desde que me levanto hasta que me acuesto en cualquier circunstancia.
Vamos a actuar si deseamos de verdad transmitir con nueva fe la alegría del mensaje pascual, que colma los corazones; de María, que está ayundándonos siempre, nuestra Madre, a que no perdamos nunca la esperanza; y de los testigos de la Resurrección que somos nosotros. Que Ella nos empuje.
Rezamos el Santo Rosario cada día. Pidamos a la Virgen María, nuestra Madre, por la conversión de los que por no conocer el amor de Dios viven apartados de Él. Pedimos por nuestras familias para que se mantengan unidas, para que en ellas se transmita la fe de padres a hijos; por los que sufren, los enfermos, las familias rotas.
Vuestro hermano en la fe: José Manuel
josemanuelgarciapolo@gmail.com
“… lo resucitaré en el último día…”
“… redimidos con su sangre…”
“… se llenó de alegría…”
“… nuestra redención…”
“… la gracia de la fe…”
“… herencia eterna…”
Madre del Redentor , intercede por nosotros
Continuamos con este fragmento del evangelio de san Juan, la lectura de ayer, y de nuevo Jesús vuelve a decirnos que Él es el Pan de vida. Pero en esta ocasión une este concepto, la Eucaristía, la comunión, comulgar, comer el Pan de Vida con la vida eterna, con la Resurrección.
Lo primero es… todos nosotros, obvio, ¿no? A cualquier persona, no solamente los católicos, o los católicos practicantes, sino cualquier persona sabe que un católico, cuando comulga, tiene hambre y tiene sed, no es que por comulgar ya no vuelves comer o no vuelves a beber hasta el día siguiente. Por lo tanto, no se refiere Jesús cuando dice que: “El que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí no tendrá sed.
No se refiere el Señor a la comida o a la bebida que sacia, o que necesita nuestro cuerpo, está hablando de otra cosa, esto es evidente, está hablando de otro tipo de necesidad, la necesidad del alma, la necesidad de la paz, del consuelo, de sentirte acompañado. Y está hablando también de la necesidad que tenemos de saber, de estar seguros de que hay vida eterna, de que los que han muerto siguen vivos, y de que nosotros viviremos cuando llegue ese momento.
Esta es la sed que Cristo sacia. Esta es el hambre que Cristo satisface. Necesitamos saber qué hay después de la muerte. Lo necesitamos de una forma imperiosa. El hombre lo ha necesitado siempre. Quizá nuestra época sea la época más antihumana, en el sentido de que muchos no se preocupan y están contentos, o eso dicen, creyendo que sólo son abono para las plantas.
Y el miedo y la angustia de ir a lo desconocido, y de no saber si desapareces para siempre, o esto es simplemente un tránsito, sólo se puede paliar, quizá más que el dolor de los seres queridos, pero nunca al 100%, sólo se puede paliar cuando estás seguro de que por la Resurrección de Cristo hay resurrección también para ti.
Rezamos el Santo Rosario cada día. Pidamos a la Virgen María, nuestra Madre, por la conversión de los que por no conocer el amor de Dios viven apartados de Él. Pedimos por nuestras familias para que se mantengan unidas, para que en ellas se transmita la fe de padres a hijos; por los que sufren, los enfermos, las familias rotas.
Vuestro hermano en la fe: José Manuel
josemanuelgarciapolo@gmail.com
Dios mio; no consientas que perdamos nuestra Fé en ti que seria de nosotros sin tu Fé , los ricos con su dinero no piensan en la fe hasta el ultimo momento de su vida piensan en el dinero pero se olvidan de su hermana , la muerte, podemos separarnos de nuestras mujeres de nuestros padres, de nuestros hijos de nuestros hermanos, de nuestros familiares etc. Pero de nuestra hermana de esa nos separaremos cuando nos llegue , nuestra hermana , la muerte. Por eso Señor te pido no me quites el tesoro mas preciado que tengo mi Fé en Ti y que me llevara a la vida eterna . Señor en ti confio, concedeme ese don .BENDITO SEAS
Benditos sea.n todos los que rezan el Rosario , comulgan hablan con Dios, cumplen sus mandamientos y viven pidiendole a Dios que no les deje caren la tentacion . Gracias Señor por acordarte de mi que gracias a una enfermedad grave acudi a ti. BENDITO SEAS.