Jesús no deja de insistir en la necesidad de comer su carne y beber su sangre. Ante el escándalo que sus palabras producen en sus oyentes: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”. Jesús no “rebaja” lo que les ha dicho de mil maneras, al contrario, insiste: “¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?” Y les da la razón de su escándalo: no tienen fe, no se fían: “Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen”. Esto hace que le abandonen, pero Jesús no hace “rebajas”, incluso se vuelve a sus apóstoles para preguntarles si también ellos quieren marcharse. Y lo hace también volviéndose a nosotros para preguntarnos. Seguro que todos querríamos responder como San Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.
Debemos dejarnos hacer la pregunta ¿Tú crees en mis palabras? ¿Cómo es tu fe en la presencia real de mi Persona en la Eucaristía? ¿Te lleva a buscarme y acompañarme en adoración? “La presencia de Jesús en el tabernáculo ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón. ¡Gustad y ved qué bueno es el Señor! (Sal 33, 9)” (San Juan Pablo II, Exhortación “Mane nobiscum Dómine” 18).
Si somos conscientes de a Quién recibimos ¿Cómo nos preparamos para ese encuentro? Porque corremos el riesgo de acostumbrarnos e ir distraídos, sin prepararnos. Decía San Juan de Ávila: ¡Qué alegre se iría un hombre si le dijesen: ‘el rey ha de venir mañana a tu casa a hacerte grandes mercedes’! Creo que no comería de gozo y de cuidado, ni dormiría en toda la noche, pensando: ’el rey ha de venir a mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?’ Hermanos, os digo de parte del Señor que Dios quiere venir a vosotros y que trae un reino de paz’. Cristo mismo, el que está glorioso en el Cielo, viene sacramentalmente al alma. ‘Con amor viene, recíbelo con amor’ (cf. Sermones 2 III Domingo de Adviento y 41 de la Octava del Corpus). Después de haber comulgado ¿Nos recogemos en acción de gracias? Santa Teresa de Ávila decía estando recién comulgada era un buen momento para “negociar». Aprovechemos para pedirle, abrirle el corazón, presentarles tantas necesidades de hermanos nuestros. No lo olvidemos, es un buen momento para negociar.
Preparar el corazón y la conciencia. San Pablo les exhorta muy seriamente a los corintios que cada uno se examine antes de comer el pan y beber la sangre pues el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación (cf. 1 Cor 27-28). “La práctica de la Iglesia declara que es necesario este examen para que nadie, consciente de pecado mortal, por contrito que se crea, se acerque a la Sagrada Eucaristía sin que haya precedido la Confesión sacramental.” (Pablo VI, Instrucción “Eucaristicum mysterium”, 37).
Pidamos a María su amor y delicadeza para tratar a su Hijo en la Eucaristía.
Los discípulos viven bajo la mirada de Dios, con el sentido de su grandeza y de su soberanía. Miden su vida a partir de él y de lo que él les va marcando. Se interesan por los pobres y se preocupan por los enfermos. De este modo se va construyendo la Iglesia.
“… Santo consagrado por Dios…”
“… muchos creyeron en el Señor…”
“… consuelo del Espíritu Santo…”
“… Señor de vivos y muertos…”
“… sean uno en nosotros…”
“… fieles a los dones…”
Reina del cielo , intercede por nosotros
Señor Mío Jesucristo, Confío en Ti
La Eucaristía, fuente de vida, de fuerza, de consuelo, pero también motivo de disputa y de polémica, motivo de división. No por culpa de Cristo, sino porque resulta muy difícil para la inteligencia humana, aceptar que el creador del universo se haya quedado en esa pequeña partícula, en ese pequeño fragmento de pan que se conserva en el sagrario.
Nuestros ojos lo ven y no dan crédito, y sólo con el alma, sólo con la fe, podemos aceptarlo, pero en realidad, la Eucaristía no es más que una forma de expresar el amor de Dios, que ya se manifestó con la Encarnación de Jesucristo. O, ¿es que es menos milagroso, menos extraordinario, menos -desde un punto de vista sólo racional-, menos increíble, que el Todopoderoso se haya hecho hombre? Si el Todopoderoso se puede hacer hombre, también puede quedarse en un fragmento de pan, porque lo que llevó a Dios, a la segunda
Persona de la Santísima Trinidad, a hacerse hombre es lo mismo que lo que llevó a Dios a quedarse en la Eucaristía: el amor. Y el amor es capaz de cualquier cosa. No el amor nuestro hacia Dios, que es tan frágil, cambiante, pequeño, sino el amor de Dios hacia nosotros. Porque, como dice un salmo; “Si una madre puede olvidarse de su criatura, yo -dice el Señor-, yo no te olvidaré, yo no te abandonaré.
Reza el Santo Rosario cada día junto a la Virgen María, y conmigo tú hermano, pidamos, Por la gracia que Dios nos da por saber que estamos vivos, para darle gracias a Dios cada día por el aire que respiramos, Por la Luz que nos ilumina, y por la vida que nos da. Y por la Paz en el Mundo.
Vuestro hermano en la fe: José Manuel.
josemanuelgarciapolo@gmai.com