Viernes 28-5-2021, VIII del Tiempo Ordinario (Mc 11,11-25)

«Vio de lejos una higuera con hojas, y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos». ¿Qué esperaba encontrar el Señor, si no era tiempo de higos? ¿Acaso no lo sabía el Señor? Y, sin embargo, Jesús pronuncia sobre ella la única maldición que sale de sus labios, y realiza el único milagro que no provoca vida, sino muerte. ¿Podía haber hecho otra cosa la higuera, si no estaba en su tiempo de dar fruto? ¿No es tremendamente injusto el Señor? Así se lo debió parecer a los apóstoles, que se quedaron tan extrañados de lo ocurrido… Pero en nuestra vida lo que cuenta no son nuestros tiempos, sino el tiempo de Dios. En muchas ocasiones queremos ir a nuestro paso, a nuestro ritmo, como a nosotros nos parece, según nuestro criterio. “No es todavía tiempo de…” decimos a menudo, dando largas a las llamadas de Dios. El Señor pasa a nuestro lado y no nos damos cuenta, porque caminamos a nuestro paso, en vez de al paso de Dios.

«¿No está escrito: “Mi casa será casa de oración para todos los pueblos”? Vosotros en cambio la habéis convertido en cueva de bandidos». En el fondo, la maldición de la higuera es una parábola de lo que le sucedió al pueblo judío. Claro que los judíos eran un pueblo muy religioso –y el Templo era la máxima expresión de ello–, pero se habían olvidado de Dios. Habían convertido la Ley y los sacrificios en una serie de prácticas rutinarias y tradiciones humanas. De nuevo, se habían olvidado de caminar al paso de Dios. Se habían olvidado de que eran el pueblo elegido, guiado por la mano poderosa de su Señor. En el fondo, se habían acostumbrado a este mundo, se habían “mundanizado”, como le gusta repetir al papa Francisco. Por eso, al purificar el Templo, Jesús les recuerda que de nada valen las prácticas externas –la abundancia de “hojas”– sin la auténtica conversión del corazón –el “fruto” que el Señor busca–. De nada valen nuestros criterios, si no son el criterio de Dios.

«Tened fe en Dios». ¿Y a ti y a mí no nos pasará como a la higuera, que no dio el fruto que Jesús esperaba de ella? ¿Acaso nos pasará como a los judíos, con una religión a nuestra medida, acomodada a nuestro mundo? Así, este pasaje evangélico –ciertamente difícil de entender– concluye con una llamada apremiante del Señor: «tened fe en Dios». Es la fe la que nos hace abandonar nuestros viejos ritmos y modos de vida, para convertirnos al Señor. Es la fe la que nos guía para no ir a nuestro paso, sino al paso de Dios. Pero, eso sí, una fe vivida con sinceridad, intensamente, sin medias tintas. Entonces, si vivimos de fe, daremos fruto abundante en cualquier estación del año, sea cual sea el tiempo de nuestra vida, porque viviremos siempre en el tiempo de Dios.