Mañana nos asomaremos al vértigo del Sagrado Corazón de Jesús, hoy dejamos que brille “en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo.”

Siempre me ha parecido curiosos que las películas que llaman de justicieros suelan ser películas de venganza o de ajustar cuentas. Es cierto que, desde hace años, si me siento a ver una película gran parte de esta me la pase durmiendo. La ecuación: sillón+ televisión=cabezadita; no falla. Por eso no puedo hablar con toda seguridad del tema, pero seguramente un justiciero termina matando al malo con unos 53 ó 54 tiros bien dados. Parece que se sigue la justicia del ojo por ojo, o el ojo por cargados vacío.

“Si nuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” El señor no nos pide que nos dediquemos a matar a los malos (un consuelo para los que somos bajitos y poca cosa), sino que amemos la justicia, e incluso seamos ejemplares en vivir la justicia. Parece que un poco se nos ha olvidado lo de ser ejemplares. Por no destacar no destacamos ni en lo bueno. Sin embargo, “el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad. Mas todos nosotros, con la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; por la acción del Espíritu del Señor. Por esto, encargados de este ministerio por la misericordia obtenida, no nos acobardamos.” Los hijos de Dios no podemos ser revanchistas, recelosos, vengativos, iracundos y chismosos. El juicio se lo dejamos a Dios, que él será nuestra justicia, pero todos de esta tierra tienen que salir con nuestro perdón. Si alguna vez te da por meditar en el infierno, hacerlo en serio, sin ñoñerías, ese lugar en el que sobre todo se reniega del amor de Dios y se sufre por toda la eternidad esa decisión de rechazar el Amor (y el infierno existe, más que le pese a algunos). Pues, como os decía, si alguna vez meditamos de verdad en el infierno y pensamos que alguien debería estar allí…, tenemos que revisar nuestro corazón. Conozco mucho a un juez que, en sus comienzos, me decía que lo más difícil es mandar a alguien a la cárcel, sabiendo que seguramente no le serviría para nada y saldría peor que ha entrado. Pero su trabajo era impartir la justicia de los hombres, y no podía no hacerlo. Pero si tomamos la decisión de hacer nosotros la justicia de Dios, siendo tan abismal la diferencia entre Dios y nosotros, entre su misericordia y la nuestra, entre como conoce Él los corazones y los conocemos nosotros, casi seguro que nos equivocamos.

Dejemos a Dios ser Dios, y nosotros seamos ejemplares por nuestra misericordia, nuestro perdón, nuestra confianza y nuestra capacidad de perdonar.

María al pie de la cruz escucharía esas palabras: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.” Pidámosle a ella vivir muy bien la justicia.